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Despidiendo al amigo
Conocí a Jaime Contreras Valero hace muchos años, cuando fue la mano derecha de José Luis Villamizar Melo.
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Miércoles, 5 de Junio de 2019

La tarde estaba triste y calurosa. Los amigos de Jaime nos agolpábamos a la puerta de la iglesia, pero el hombre no llegaba. Él sabía que tenía una cita con nosotros, pero se estaba dando sus mañas para no llegar de primero como siempre solía hacerlo. “Yo los esperé durante mucho tiempo, ahora que me esperen”, seguramente se decía para sus adentros.

De pronto, con la brisa, se corrió un murmullo entre los asistentes: Jaime llegaba. Serio, con una seriedad que parecía prestada, que no era la suya. Porque  siempre había sido afable, cariñoso, alegre. Llegó pálido, como cuando uno se dispone a iniciar un recorrido que no conoce.

Hubiera querido bajarse del ataúd para saludarnos a todos, de mano, de abrazo, sonriente, pero las circunstancias no lo permitían.

Allí estaban algunos de sus viejos compañeros de la Dian, y los periodistas deportivos que con Jaime hicieron muchas jornadas a la pata del balón y otros deportes. Había gente de la Asociación de Escritores, de la Sociedad Bolivariana, del movimiento literario Círculo Rojo y de la academia de Historia, a la que tanto él quiso. Pero, sobre todo, estaban sus amigos, aquellos a quienes más que la mano para saludarlos, Jaime les daba, nos daba, su corazón. Y a su lado, siempre a su lado, como en vida, su esposa tan entregada por entero, y sus dos hijas, vestidas de blanco y de lágrimas.

Conocí a Jaime Contreras Valero hace muchos años, cuando fue la mano derecha de José Luis Villamizar Melo en la fundación de la Sociedad Bolivariana, y del Mono Parra Delgado en la creación de la Sociedad Sanmartiniana. Supe, entonces, de su fiebre por las letras y por la historia. Lo invité a formar parte de la Academia de Historia y allí publicó la Historia del Colegio Gremios Unidos y la historia del colegio de Durania. Escritos suyos fueron publicados en el suplemento Imágenes de este diario y hasta compuso versos que no publicaba porque eran para su consumo personal, según sus propias palabras.

   Tuvo  un gran amor por las colecciones de estampillas, monedas y billetes. Formaba parte de organizaciones que tienen los filatelistas  y los amigos de la numismática. En la biblioteca Julio Pérez Ferrero, hace algún tiempo hubo una exposición suya  de estampillas sobre Bolívar y Santander en las jornadas de la independencia granadina, lo que cautivo el interés de profesores e investigadores de la historia.

   Pero todo camino tiene su regreso, de acuerdo con el poeta. Y Jaime debió regresar a la tierra. Había nacido en Salazar de las Palmas y sus cenizas quedaron en su querida Cúcuta.

   Estamos seguros su familia y amigos, de que Jaime se encuentra a la derecha del Padre, porque fue un hombre bueno que a nadie le hizo daño. En el cielo ya no tendrá la seriedad del pasado domingo cuando llegó a su propio funeral, porque dicen que allá todo es sabrosura, felicidad y rumba sana. Que nos vaya guardando un buen puesto, es mi deseo y que descanse en paz. 
gusgomar@hotmail.com

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