Hola, mamá:
Hoy hace exactamente tres años, se fue usted de nuestro lado. De pronto se le fue acabando el gorgoreo de la garganta y se fue quedando dormida. Yo sentí que su mano huesuda dejaba de apretar la mía y que, ante mi angustia creciente, su vida se le estaba yendo. Y con la suya, la mía.
Ya no había nada qué hacer, según el médico. Sus pulmones se le habían destrozado, y yo la recordaba cocinando largos años con fuego de leña. Tal vez. O tal vez porque vivió toda su vida al lado de mi papá, que era fumador empedernido. O quizás sus 95 años ya le pesaban demasiado.
Porque su vida fue dura. De niña la mandaban todos los días al pueblo, muy temprano, desde un campo cercano, a vender 5 litros de leche que le ordeñaban a Estrella, la única vaca que ustedes tenían. Vivían arrendados en un ranchito, con algunos potreros para las mulas de Cleto Ardila, su papá, arriero. Y muchas veces le tocó acompañarlo en sus viajes de arriero a Ocaña, viajes que en invierno duraban hasta quince días.
Hoy no me explico, mamá, cómo usted aprendió a leer tan bien, si apenas hizo hasta segundo de escuela. Y cómo se hizo amiga de la poesía. Ya lo he dicho, pero hoy, entre lágrimas, recuerdo que usted recortaba poemas y versos, de revistas y periódicos, y me los mandaba al internado donde yo estudiaba. Usted, Desideria Ardila de Gómez, es la culpable de que mi vida se haya enrumbado por el mágico mundo de la poesía. Y le doy gracias eternas. Fue, además de la vida, el segundo gran regalo que me dio.
Aprendí, con El Alquimista, de Paulo Cohello, que el mundo está lleno de señales, que Dios o el Destino nos hablan con señales. A veces las reconocemos. A veces, no.
Pues bien. Se fue usted un 24 de septiembre, día de nuestra patrona, la Virgen de L as Mercedes. Para mí fue una señal inequívoca de que ella vino por usted ese día, su día, el de la Virgen, la tomó de la mano y juntas hicieron el viaje hacia el cielo. No como el viaje que usted hacía a la pata de las mulas, sino rodeada de ángeles que le daban la bienvenida a la patria celestial.
Usted, mamá, que fue tan devota de Nuestra Señora de Las Mercedes, usted que me inculcó su devoción, usted que me llevaba a rezarle mis primeras avemarías, usted tuvo una entrada triunfal al cielo, acompañada de tan excelsa señora. Las señales.
Desde allá usted sigue guiándome (ya no con el rejo o con la varita de mirto, como cuando me enseñaba a leer), sino con señales que, algunas capto de inmediato y otras me demoro un poco. Pero, al final, las entiendo.
Dije al comienzo y he venido diciendo que usted se nos fue, y digo mal. Usted mamá no se ha ido de la casa. Aquí la sentimos, todo nos habla de usted, su taburete pequeño donde pasaba ratos con la camándula en la mano hasta que la camándula se le caía y usted seguía roncando. Su máquina de coser, su molino y su plancha de brasas. Y su baulito verde, repleto de novenas y de recortes de periódicos con algunos de mis versos.
Usted está aquí con nosotros, vivita y coleando, ayudándome a hacer el tinto en las mañanas, soplándome al oído palabras que no encuentro al escribir, regañándome, a veces, cuando meto las patas, y apareciéndoseme en sueños, siempre sonriente (será por eso que me gustan las mujeres de hermosa sonrisa), siempre dicharachera, siempre con un refrán en los labios.
Usted no se ha ido, mamá. Gracias por seguir acompañándonos. Pero no me regañe mucho, que yo trataré de ser como usted, muy bueno, y con un corazón grandote como el suyo.
gusgomar@hotmail.com