Pueblo que se respete, tiene su Cristo Rey. Es lo que sucede en Río de Janeiro y en Las Mercedes. También los hay en México, en España, en Italia, y, por supuesto, en Ocaña y Cúcuta.
Por todo el mundo se le rinde homenaje al Rey del universo, mediante estatuas gigantes, colocadas en los cerros más altos, con fines religiosos y con fines turísticos.
Recuerdo el día que llevaron la estatua a Las Mercedes. Llegó no supe de dónde, llegó dividido en cuatro partes, en hombros de los hombres del pueblo, pues aún no había carretera. El cura los convocó ese día, y los varones del pueblo, guapos, decididos y creyentes, le salieron a la comitiva.
Por un camino de herradura, atravesando ríos y montañas, entre el barro y las rocas, llegaron los cargueros (más de cien hombres), curtidos de sol y de esperanza divina, y con uno que otro guarapo encima, hasta la plaza del pueblo, mientras las señoras preparaban, debajo del samán, un sancocho comunal, del que comimos todos, cargueros y no cargueros.
Fue un sábado y hubo pólvora y música y aguardiente.
Yo no sé cómo haría el padre Daniel Jordán para llevar al Cristo Rey de Cúcuta hasta el sitio donde hoy se encuentra, cerca del barrio La Cabrera. Cuentan los que saben (Miguel Palacios, por ejemplo, que se las sabe todas y las que no se sabe se las inventa), que en 1947 se inauguró la estatua, construida por el artista boyacense Marcos León Mariño, radicado en Cúcuta.
Ochenta y dos gradas bien contadas, según el conteo que de ellas hizo el presidente de la Academia de Historia de Norte de Santander, Iván Vila Casado, separan la glorieta del monumento, del mundanal ruido de abajo, al pie de las escalinatas. Los muchachos las suben corriendo. Los no tan muchachos las subimos despacio, oteando el horizonte, mirando la ciudad y respirando agitados.
Pero llegamos. Así llegamos la semana pasada cuando la Secretaría de Cultura municipal, al mando del dinámico José del Carmen Ortiz Rangel, en alianza con Caracol radio y la Academia de Historia y el ejército y algunas empresas privadas, inició el rescate de los monumentos de la ciudad.
Allí hubo danzas, orquesta, café, agua y refrigerios y reparto de gorras y perfumes.
Fue un buen comienzo, pues la idea es, de ahora en adelante, cada mes, rescatar del olvido nuestros principales monumentos: la Virgen de Fátima, la Loma de Bolívar, la columna de Padilla, los parques, y volverlos atractivos turísticos.
El cerro de Cristo Rey toma importancia en la estación de las cometas, porque allá suben grandes y chicos, hombres y mujeres, quinceañeras y sesentanas, a lanzar al aire sus sueños convertidos en figuras de papel, que danzan por los aires y navegan y caen en picada y vuelven a subir hasta el cielo brillantemente azul.
El 31 de diciembre, a la media noche, también se llena de vecinos el cerro. Suben para admirar desde allí las luces multicolores con las que la ciudad le da la bienvenida al año que llega. El espectáculo es maravilloso.
Pero el resto del año, el monumento se postra en el olvido y el abandono, y es entonces cuando los malandros se lo toman y hacen allí uno de sus refugios favoritos. Por eso la iniciativa de Caracol radio y de la Secretaría de Cultura merece todo el apoyo. Porque nuestros monumentos deben ser atractivos y visitados durante todo el año. Eso también es paz.