Sabíamos que la proximidad de las elecciones de 2018 agrandaría el encono entre los colombianos, pero no hasta el nivel que estamos viendo. Un vaho de odios y venganzas ha invadido al país que produce en los ciudadanos un mayor desencanto hacia la dirigencia política y los medios de comunicación.
Se divulgan con insistencia los enfrentamientos entre políticos, o entre ellos y periodistas, como ocurrió con el altercado del doctor Álvaro Uribe Vélez con el señor Daniel Samper Ospina, que obliga al espectador a tomar partido en contra de uno o del otro.
La repercusión ha sido tal que se volvió noticia de primera línea durante semanas enteras.
Lo primero que se deduce del escándalo es que cualquier afirmación del ex presidente Uribe es convertida en noticia, especialmente si se la puede criticar, sencillamente porque él es un político activo con mucha opinión a su favor que decidió hacer oposición al gobierno.
En Colombia existe un raro dogmatismo que cataloga a la oposición política como una actitud antipatriótica porque muchos se han acostumbrado a defender a los gobiernos a toda costa que son los dispensadores de gajes y favores.
Por eso mismo, muchos se sienten heridos con los malos resultados de la gestión del actual gobierno nacional, reflejados en las encuestas que cada vez muestran su baja favorabilidad. Esto se lo achacan al senador Uribe.
Sin duda alguna, hay una estrategia expresa o tácita para desprestigiar al ex presidente con afirmaciones mendaces y acusaciones graves para equipararlo a delincuentes de la peor calaña.
Mala práctica porque ella exacerba a sus seguidores y desencadena una avalancha de agrias críticas hacia sus ofensores.
El mismo Presidente de la República no pierde ocasión de lanzarle epítetos ofensivos y de afirmar que el senador actúa con odio.
La palabra odio ha anidado en la mente de los colombianos y, en mala hora, aflora en muchas actividades: Hay odio en columnistas de periódicos; en las redes sociales; en declaraciones de políticos; en manifestaciones populares; en las opiniones radiales. Pero, lo peor es que el odio asoma en actuaciones del gobierno y en decisiones judiciales.
Cuando se está ad portas de tener una justicia especial para la paz, se afirma que ella puede ser un instrumento de venganza para aplastar a los críticos del proceso de paz y a los contradictores del gobierno. Ya ha habido ejemplos lamentables de actuaciones de la justicia imbuidas de venganza que han producido una gran desconfianza en la imparcialidad de los jueces.
Ese no es el ambiente que se necesita para que haya paz en Colombia. Como se afirma con insistencia, lo primero que se requiere es desarmar los espíritus, acallar las voces del rencor, despojarse del veneno de la venganza.
Frente a las preocupaciones que agobian a los colombianos por la mala situación económica, por la inseguridad, por el miedo a la justicia, el Gobierno, -que tiene como función primordial orientar a la nación-, debiera tranquilizar a sus gobernados con actos encaminados a la solución de sus problemas, acompañados de un discurso magnánimo y esperanzador, y no de uno plagado de resentimientos. Es la hora de la grandeza.