Me invitó un amigo, el sábado pasado, víspera de elecciones, a una cerveza para calmar la sed del medio día. Como respetuoso de la ley, que soy, le dije que estábamos bajo la prohibición de la Ley Seca.
-Es sólo una –me dijo-. En cualquier parte nos la venden.
El calor apuraba, las ganas apuraban y el amigo apuraba. Con todos esos apuros, no tuve más remedio que aceptar una pequeña violación de la ley. Al fin y al cabo –dicen- las leyes se hicieron para violarlas.
Entramos a un bar-cafetería, de caché, del centro de la ciudad, no a una cantina de barrio, y pedimos una cerveza.
-Estamos en Ley seca –nos dijo la chica de delantal blanco.
Le explicamos que era sólo una, que no se trataba de borrachera sino de calmar Ya sed, que los policías del CAI cercano no salían de su cambuche, en fin. La niña de delantal blanco y ojos indefinibles fue inflexible. “Con las mujeres no se puede”, dijo mi amigo, y se levantó en busca del administrador.
El tipo llegó, nos examinó de pies a cabeza, comprobó que no éramos de la secreta, y nos advirtió:
-Está bien, pero se las sirvo en pocillo de café.
Como tomando café con leche, sin pan ni empanada, nos bebimos unas cuantas. Cuando salimos, calmada la sed, nos dimos cuenta que muchos otros parroquianos también saboreaban su café del medio día.
De regreso a casa pasé por la sede de un candidato. Por simple curiosidad entré, y una de las líderes me saludó muy cordialmente.
-¿Cómo te fue? –me dijo, tal vez confundida.
-Muy bien –le contesté, aceptándole la mano que me ofrecía.
-Vamos al patio para que almuerces.
Sancocho, carne oreada, yuca, plátano y mazorca era el almuerzo casero para los que “estábamos” repartiendo publicidad casa a casa, puerta a puerta, ventana a ventana.
Almorcé gratis y sin siquiera saber quién era el candidato por el que yo estaba “trabajando”. Me ofrecí para volver a la noche, a la hora de la cena.
Cuando le conté a mi mujer mis aventuras del día, me regañó: “Usted es mucho lo doble, pecador, traidor y delincuente. No sólo violó la Ley seca, sino que se robó un almuerzo y mintió sobre su candidato, sabiendo que es por el viejito del megáfono por el que debemos votar. Ya me comprometí con Daniel, que me fía la carne en el mercadito del barrio. Y aquí se vota y se trabaja por el que yo diga. ¿Cuántas veces se lo tengo que recordar?
Después del triunfo me fui en busca del lugar de la celebración. Nada. Todo estaba cerrado. Qué frustración. Fueron una campaña y una celebración muy chichipatosas, las de estos zurrones, que hoy se proclaman ganadores. Porque de ayer para acá todo mundo votó por el del gramófono o audÍfono o megáfono. Como sea.