Primero se llamó Caldederos, por estar situada a orillas de la quebrada La Caldedera.
Los primeros pobladores escogieron ese sitio por el agua, cristalina, fresca y pura, que bajaba de la montaña, pero también por la feracidad de las tierras, donde todo se daba, según decían los más viejos. Era, además, un camino obligado de arrieros, lo cual le daba vida a la población.
Caldederos pertenecía al Estado de Santander (Santander, el grande), lo mismo que todos nuestros pueblos porque no había dos santanderes, sino uno solo, el gran Santander, capital Bucaramanga.
Sin embargo, había un problema para el gobierno liberal de Santander: Caldereros estaba conformado por gentes conservadoras, trabajadoras y creyentes, que se negaban a pagar impuestos y a obedecer a un gobierno liberal.
La administración del Estado decidió entonces someter por la fuerza a los habitantes de Caldederos, y así, envió a someterlos al orden, a un coronel de apellido Galindo, quien con sus tropas quiso tomarse por asalto la población. Era un jueves santo.
Pero los campesinos, que además de guapos son astutos, tenían establecida una red de comunicaciones, que informara cualquier movimiento irregular que se notara en los caminos.
De esta manera los caldereros supieron que avanzaba un significativo número de uniformados en dirección a la población.
La dueña de la casa donde los soldados se hospedaron el miércoles, en una vereda cercana al caserío, escuchó los planes que hacían para tomarse a Caldereros a sangre y fuego, “ocupados como estarán en las ceremonias del jueves santo”.
Al amanecer de ese jueves, ya en el poblado se sabía la noticia y de inmediato se asignaron tareas para la defensa. Se repartieron escopetas, machetes y municiones. Las mujeres se fueron al templo y los hombres a los puestos de combate.
A las 3 de la tarde, hora en que se celebra la institución de la eucaristía y se conmemora el lavatorio de los pies, los militares entraron al pueblo, con algarabía de triunfo y seguridad de la victoria.
Pero su aspaviento duró poco. De las esquinas, de las ramas de los árboles, de la plaza, de las puertas cerradas, del campanario de la iglesia, de todas partes les llovía fuego a los vestidos de verde. La sorpresa fue tal, que en pocos minutos se produjo una total desbandada, teñida de sangre. Entre los muertos cayó el coronel Galindo.
El gobierno del Estado no quiso repetir la invasión, pero tomó otra medida: Por decreto le cambió el nombre: Ya no se llamaría Caldereros, sino Galindo, como para que recordaran toda la vida aquel episodio.
Con el tiempo, los habitantes de Galindo o Caldereros, trasladaron su pueblo a otra parte, con el nombre de Gramalote, de donde hoy debe ser trasladado, de nuevo, por obra y gracia de la naturaleza, pero con su mismo nombre: Gramalote.
Esta fascinante historia y otras igual de fascinantes, salpicadas de leyendas, las escucharemos mañana miércoles 17 de febrero, en la Biblioteca Julio Pérez Ferrero, a las 6 de la tarde, en el marco de Cita con la Historia, que organiza la Academia de Historia de Norte de Santander. Los gramaloteros y los gramalotenses y los que no lo son, están todos invitados a este Conversatorio, que dirige el presidente de la Academia, Iván Vila Casado, y en el que actuarán como panelistas Rafael Darío Santafé Peñaranda y Alberto Santaella Ayala, originarios de ese municipio. ¡Allá nos vemos!