Asistí en la pasada Fiesta del Libro, a la presentación del poemario De amores y palabras, de Carlos Rodolfo Carrillo. Me gustó el acto, con vino, música y discursos. Y lectura de poemas. Sólo faltaron los voladores de la tierra de Carlos Rodolfo.
Decir la tierra de Carlos Rodolfo es atrevido, porque ni él mismo sabe con exactitud si nació en Gramalote y se fue a vivir a La Victoria (Sardinata), o si nació en La Victoria y muy culicagado se lo llevaron para Gramalote.
Pero la pinta y el hablado lo delatan. A quienes somos del campo nos conocen a leguas por el caminado y el sombrero y las cotizas. Y como la cabra tira p´al monte, los campesinos tiramos p´al campo.
Pero Carlos Rodolfo tiró p’al campo de las letras. Escribe cuentos, escribe versos y escribe historia. En su haber tiene varios libros publicados y otros por publicar. Lo que quiere decir que a sus ochenta y pico de almanaques de la Cabaña que ha deshojado, sigue siendo un escritor productivo, prolífico y proactivo.
Le canta al sol, a la luna, a la mujer, a los hijos, a la noche, al camino, a su ciudad, a unos ojos, a un cuerpo desnudo, a la madrugada. Le canta a todo, con son y con elegancia.
Pero el día que les cuento, de la presentación de su libro, me llevé tremenda sorpresa. Lo primero que hizo fue hacer pasar a la tarima principal, a su esposa Cecilia.
Piquitos van, piquitos vienen y agarraditas de mano, como hace no sé qué jurgo de años, cuando eran novios.
Diferente de muchos que a su mujer la dejan por allá entre el público, si la llevan, escondida, sin que vaya a levantar cabeza.
Luego me di cuenta de lo que sucedía. Resulta que los casados tenemos a la mujer para que nos cosa los remiendos, nos zurza las medias, nos prepare el bocado y cumpla con algunos otros oficios de alcoba. Carlos Rodolfo, no.
O Carlos Rodolfo sí, pero no. Quiero decir que Cecilia, además de todas las anteriores, es su prologuista. La buscó para que le hiciera el prólogo a su libro De amores y palabras.
¡Qué va a saber ella escribir un prólogo!, pensé yo. Pero a medida que ella fue leyendo lo que escribió, yo y mis amigos asistentes íbamos quedando con la boca abierta. Nos dejó con un palmo de narices, la señora.
Es un prólogo bien escrito, bien estructurado, bonito, alegre y con figuras poéticas, con imágenes, con adornos literarios. Dice Cecilia, por ejemplo, que la poesía de su esposo son “vivencias que