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Dándose coba
La rendición de cuentas debe acabarse. Es más: debía prohibirse.
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Sábado, 12 de Enero de 2019

Por si no lo saben en el resto del mundo, en Colombia existe un show oficial llamado rendición de cuentas, presentado cada cierto tiempo o al final del año por los funcionarios públicos que tienen a su cargo el manejo de miles de millones de pesos o de alguna cantidad considerable. El show lo montan desde el presidente de la república hasta el alcalde del municipio más pequeño, sin que se quede ministro, gobernador, gerente, presidente de instituto, rector y cuanto empleado se crea importante y quiera demostrar a sus conciudadanos malpensados que no se ha enriquecido en el cargo o que no se ha robado un peso, y que antes de él nada existía. 

En realidad, la rendición de cuentas debe acabarse. Es más: debía prohibirse. No se sabe todavía del primer funcionario que salga mal en un balance de su gestión. El o sus asesores cuadran todo de manera que solo se vean maravillas. 

Concretándonos a nuestra tierra, mientras algunos funcionarios le pintan pajaritos de oro al pueblo, las calles de la ciudad capital están destrozadas,  las carreteras a los pueblos del departamento – con excepción de las que conducen a Ocaña y Pamplona – son caminos de cabras,  faltan colegios y escuelas en el área rural y aún urbana, no hay centros de salud u hospitales competentes, en fin, Norte de Santander sigue en el atraso general, en la pobreza, en el desempleo y la informalidad, sin proyección hacia metas de desarrollo y sin acciones visibles tras objetivos de vanguardia. 

Es usual en la rendición de cuentas en los auditorios ilustrar las supuestas realizaciones y logros con cuadros estadísticos y curvas proyectados rápidamente en una pantalla. De esa forma nadie pueda analizar, ni pedir aclaraciones o explicaciones, y menos aún rebatir. Son cuadros para que el público se los trague enteros. 

El informe, balance o rendición de cuentas se plasma, además, en  costosos folletos, repartidos por miles, en los que la foto del personaje aparece hasta en la sopa. (La pavimentación de una calle no merece que se muestre y magnifique pues es lo menos que puede hacer un alcalde). Todo ese alarde – de espectáculo y publicidad escrita, que en sí constituye corrupción – lo pagamos, por supuesto, los contribuyentes.

Sabido esto, yo no pierdo el tiempo oyendo o leyendo embaucamientos. 

Sin embargo, hay gente que no se pierde una rendición de cuentas. Por ejemplo, una señora amiga me cuenta que le encanta todo lo que organiza el gobernador porque bota la casa por la ventana. Los sándwiches son finos – dice – y le gusta como canta el hombre. Reconoce que no le cree nada a ningún político, pero que sólo le interesa de ellos los regalos, la comilona, las orquestas y el baile. ¡Yo sí los aprovecho!, exclama con desfachatez, y sacude los hombros.

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