Cuentan que, hace mucho tiempo, antes de que las enjalmas hablaran, la tierra era un inmenso jardín, donde había toda clase de flores y de frutos, con ríos, mares y lagunas, un cielo completamente azul y un sol quemante al medio día. Pero nadie habitaba esta belleza de tierra.
Los habitantes de otro planeta vieron desde arriba la bellezura que aquí había, mientras que su vividero era seco y estéril. Así que decidieron venir a establecerse en estos valles promisorios, pero ¿cómo pegar el salto hacia abajo?
Como hombres y mujeres tenían el pelo largo, hasta los tobillos, el jefe les dio la orden: “A motilarse todo el mundo, para hacer una cuerda de cabellos, por donde todos descenderemos hasta esa región que se divisa allá abajo, a la orilla de un río y al pie de un cerro, que se levanta como vigilante”. Y así fue. Se motilaron a ras de cuero y entonces entre ellos mismos se llamaron motilones, tejieron la cuerda y comenzaron a bajar y poblaron estos valles. Parece que así comenzó nuestra historia, según algunas leyendas indígenas.
Pues bien, se establecieron a la orilla derecha de un río caudaloso que por allí había, construyeron canoas, balsas y barcas y se dedicaron a la pesca de panches, a la caza de venados y cabras, y a la siembra de eso que llaman pan-comer. La cosa estaba buena hasta que llegaron los blancos, unos colonos que venían de tierra fría. Y ahí empezó Cristo a padecer.
De esa manera comienza nuestra historia. Después apareció una señora inmensamente rica, llamada Juana Rangel de Cuéllar que, un 17 de junio,donó unas hectáreas de tierra para que los blancos hicieran una parroquia. A la doña la llamaron fundadora sin ser fundadora, pero de no ser por su donación seguramente no estaríamos aquí y yo tal vez no les estaría echando este cuento tan sabroso.
La aldea echó a andar, el rey la llamó Villa y la villa creció. Pero un mal día la tierra se terremotió. Hubo muchos muertos, mucho duelo y mucho entierro, pero la vida siguió. Reconstruyeron la ciudad y la nueva quedó mejor que la primera.
De todo esto y mucho más será la cháchara que yo echaré esta tarde en el teatro municipal, a partir de las cinco de la tarde, y a la cual espero que ustedes me acompañen, para sonreír un rato y para recordar cosas que se nos van olvidando.
Ustedes y yo nos meteremos por los vericuetos de la ciudad moderna para que veamos lo que ahora somos, lo que tenemos y lo que nos falta por hacer.
Por eso estoy seguro de que ustedes estarán allá haciéndome barra y gritando y aplaudiendo. Les pido, eso sí, que no me vayan a sacar en hombros porque de pronto me dejan caer y mi mujer no me va a creer que un grupo de amigos y de amigas, emocionados, me tiraron al aire y me dejaron pasar de largo “y mire cómo me volví la jeta”.