Algún significado especial tiene para Dios el número 40. Son muchas las acciones bíblicas que giran alrededor de este número. Veamos algunos ejemplos:
El diluvio universal duró cuarenta días y cuarenta noches.
¿Se imaginan la encharcadita que debió pegarse la tierra, cayéndole agua a chorro venteado durante más de un mes, sin cerrar las llaves celestes?
Después de cuarenta días, Noé echó a volar una paloma para ver cómo estaba la situa por fuera del arca.
La paloma, de las mismas que luce Juanpa en la solapa de su saco, regresó con una ramita de olivo, lo cual era señal de que el aguacero se había calmado.
Cuarenta años duró el pueblo de Israel, dando vueltas y vueltas por el desierto, como locos, antes de entrar a la Tierra prometida. Cuarenta años de castigo por haber desconfiado de su palabra.
Son famosas las profecías de Jonás, el profeta a quien se comió la ballena, contra Nínive, una ciudad pecadora, donde sus habitantes se entregaban a la pernicia, a las comunidades de anillos y al casamiento de hombres con hombres y mujeres con mujeres.
“Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida”, predicaba Jonás, pero nadie le comía cuento.
Estos y otros casos cita la Biblia en relación con el número 40, en el Antiguo Testamento. Pero también en el Nuevo, es palpable el gusto por el mismo numerito.
En efecto, antes de ser tentado Jesús por el mismísimo Patas, ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches en el desierto.
El Mandingas aprovechó que Jesús estaba desnutrido, hambriento y debilitado por semejante ayuno, para acercársele y ponerle algunas tentaciones. Dios reaccionó y lo mandó p’al carajo grande.
Cuarenta días van desde la Resurrección del Señor hasta su Ascensión al cielo.
Cuarenta días, cuarenta y cuarenta.
Y en nuestros días, se nos predica sobre la Cuaresma, que son cuarenta días de supuesta penitencia, como preparación a la muerte de Jesús.
Supuesta, digo, porque lo que menos se hace en Semana Santa y en Cuaresma es la penitencia y el ayuno.
Menos mal que ahora no hay profetas que nos amenacen, ni Jonaces que nos la pongan peluda.
De modo que sin amenazas de destrucción, podemos seguir sabroso en carnavales y fiestolainas.
Algunos podrán, sin miedo, ingresar a la comunidad del aro y demás arandelas.
Otros, en vez de palomas con ramas de olivo, hablarán de paz, armados hasta las encías.
Y estamos tan aferrados a los cuarenta días, que las mamás deben guardar cuarenta días de dieta, cuando tienen un hijo.
Y cuando las autoridades creen que alguno está contagiado de algo malo, lo ponen en cuarentena, es decir, cuarenta días en observación.
A los políticos y gobernantes debieran ponerlos en cuarentena para ver si sirven. Si dan la talla, se podrían dejar en el cargo. Si no, habría que aplicarles el “cuyo”: “Cuyo nombramiento se declara insubsistente”. Para algo deberían servir los 40 días.