La visita del Papa Francisco, realizada bajo el lema “Demos el Primer Paso”, quedó grabada en la mente de los colombianos como un alto en el camino de todo lo que nos aflige. La nación fue invadida de un mensaje esperanzador, comprensible y contundente.
Con un lenguaje sencillo, que no admite interpretaciones, Francisco dijo lo que debía decir en su doble investidura de Jefe de Estado y de Pastor de la Iglesia Católica. Por eso, no es correcto utilizar las palabras del Papa de una manera acomodaticia para justificar conductas propias y condenar las ajenas entresacando ideas de una u otra investidura.
Como Jefe de Estado, el Pontífice habló cumpliendo los cánones del lenguaje diplomático que exige la no injerencia en las decisiones autónomas del país visitado, y referirse con prudencia a los actos gubernamentales que trascienden sus fronteras, con palabras de reconocimiento o reproche.
Era inevitable, en tal sentido, referirse al proceso de paz que se adelanta en Colombia; a la corrupción que se ha incubado en los gobiernos del mundo entero, y al flagelo del narcotráfico que corrompe y degrada a todas las naciones.
En cambio, como Pastor de la Iglesia se refirió a la conducta del hombre en su relación con Jesucristo que ha dictado unas normas de comportamiento para hacer méritos con el fin de alcanzar la santificación.
Se refirió a la confesión de la verdad para obtener el perdón del prójimo, ofrecer la reparación del daño y hacer un acto de contrición para no volver a cometer la falta.
Esto coincide con la propuesta tantas veces repetida en el proceso de pacificación de esclarecer la verdad, ofrecer el perdón y la no repetición del daño causado.
Cuando el Papa Francisco habló de la paz, es necesario distinguir si se refería a la paz como una propuesta de los combatientes para terminar el conflicto armado que sufre Colombia, o a la paz en el sentido cristiano que proclamó Jesús cuando dijo “la paz os dejo, mi paz os doy” y que alude al estado del alma que está en concordancia con el amor a Dios y al prójimo.
El Pontífice fue enfático en afirmar que sin justicia social es difícil erradicar la violencia y que, por tanto, los gobernantes tienen que tratar a los pobres no con una simple mirada caritativa sino con actos de equidad. Ello es una obligación de los políticos, de los gobiernos que ellos conforman, de los funcionarios que reciben un mandato para servir al pueblo.
El Papa Francisco tiene una tercera cualidad de la que hizo gala durante su visita a Colombia: Ser latinoamericano. Por eso no temió poner el dedo en la llaga sobre la inequidad que conforma nuestra sociedad en la que los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres. Y esto sí que es una responsabilidad de la clase dirigente que ostenta el poder para hacer un cambio en la repartición de la riqueza, porque no se puede lograr ese cambio si quienes gobiernan ocultan la realidad o soslayan su obligación de implantarlo.
La peor consecuencia de la visita papal es endilgarle al otro las palabras de Francisco para esquivar el compromiso propio de corregir el rumbo. Por tanto conviene preguntar cuándo daremos el primer paso.
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