Del antiguo latín qullius (atrás) y el diminutivo castellano illo, la palabreja culillo hace referencia al trastorno sicosomático trasero, que se produce en cualquier individuo frente a una situación de peligro.
Dicen los culillólogos que a quien está dominado por el miedo extremo, se le brotan los ojos, se le secan los labios, se le mojan las manos y pierde el control de los esfínteres, de modo que puede llegar a mojarse en los pantalones y mostrar signos diarréicos involuntarios.
Es lo que sucede, por ejemplo, con los enfermos que ven cómo llega a su habitación una mujer de negro, sonriente pero con una cara calavérica y al hombro una afilada guadaña, de cortar cabezas, haciéndole señas de que lo siga. Porque esta señora no usa la herramienta tan particular que usan otros y a la que llaman motosierra. No. Ella llega con su sonrisa forzada y una manta negra encima de la cabeza. Y su infaltable guadaña.
Pero no siempre los aculillados se hacen en la ropa. O el peligro no es tan inminente, o la víctima no da muestras de cobardía, o sencillamente, hay personas resistentes al culillo y no dan muestras de estar atemorizados.
Queda aclarado, entonces, que tener culillo no siempre significa poposeo inmediato. La diarrea puede venir después, aunque sí pueden aparecer otros síntomas: temblor de voz, sudoración de manos, temblor de corvas y palidez en el rostro.
Me he metido hoy por el lado del culillo porque le escuché decir a un comentarista radial que Maduro le tiene culillo a Guaidó y por eso no sale de su escondite, y que el dictador venezolano tiene su búnker donde nadie lo puede coger con los calzones abajo. (Y entonces pensé para mis interiores, digo para mis adentros: ¿Será que en el búnker de Cúcuta sí pueden coger a la gente con los calzones abajo? Una simple pregunta, nada más.)
De inmediato, cierto oyente petrista le reviró al locutor:
-No señor, el aculillado es el autoproclamado presidente, Guaidó. Su palidez, sus manos temblorosas y su rostro desencajado lo delatan.
Quise meterme en el zafarrancho que se estaba formando, pero me dio culillo, me hice a un lado, y no supe en qué paró el agarronazo.
El culillo es más común de lo que se cree. El marido que llega a la madrugada a casa, llega lleno de culillo, entra en medias, pasa al baño a lavarse la boca para quitar los rastros de alcohol, y a revisar su cuello de posibles coloreteadas o arañazos, que cualquier cosa puede suceder en estas noches calurosas.
Al penitente le da culillo confesarle sus pecados al cura, el estudiante le tiene culillo al profesor y el empleado se aculilla ante el jefe de Talento humano de su empresa. La mujer mal parqueada se aculilla, la esposa infiel se aculilla, y la otra se aculilla ante la propia.
Como se ve, el universo es un eterno aculillamiento. Medio mundo anda aculillado ante el otro medio. Los gobernantes se aculillan ante sus gobernados. Y los gobernados, ante quienes los gobiernan. Solamente los locos no se aculillan ante nadie. En Las Mercedes había un loquito que se enfrentaba a la policía, les tiraba piedra y les gritaba: “A mí no me tiembla el culo ante ustedes”. Es decir, no le daba culillo.