Personas de diferentes lugares han coincidido en que no volverán a ver noticieros de televisión porque no quieren sufrir más con los horrores que se muestran sobre Colombia.
Las macabras escenas de jóvenes militares y policías mutilados horrendamente por las minas de las Farc; la catástrofe inaudita de los derrames de petróleo con daños que no se repararán en décadas; la miseria de miles de familias por la contaminación de las aguas que imposibilita la pesca; el desconsuelo de los comerciantes quebrados por la falta de agua potable y energía eléctrica por las voladuras; la angustia de los familiares por los asesinatos de soldados y policías; las bombas que explotan en todo el país, etc. están llevando a los colombianos a un estado de zozobra, y parece que no hay cómo poner orden a este caos.
Pero, esto que haría reaccionar a un país entero y pedir que se detenga la hecatombe, aquí se soslaya de manera incomprensible: De los trágicos relatos que nos producen un nudo en la garganta al borde las lágrimas, se pasa sin dificultad alguna a anestesiarnos con las noticias del deporte y la farándula.
La polémica que suscitan las negociaciones con las Farc demuestra que la nación no está unida en torno a ellas, y que crece el escepticismo sobre los resultados que puedan lograrse. Y aunque el gobierno adopta periódicamente estrategias para agilizarlas, y se informa sobre nuevos acuerdos, las dudas no se despejan totalmente.
Pero si algo despierta incertidumbre es la sorprendente coincidencia de los anuncios gubernamentales con la cercanía de las elecciones, tal como ocurre con el plazo de cuatro meses fijado ahora para tomar una decisión trascendental.
Y como ya se desató la vorágine electoral, durante estos cuatro meses estaremos sometidos a la disputa por apoderarse de los presupuestos regionales sin importar que los municipios sigan sumidos en el desempleo; que la prestación del servicio de salud esté colapsando en todo el país; que la inseguridad se haya adueñado de las regiones; que la educación siga siendo muy deficiente.
Y, tal vez, todo ello enmascarado con la controversia por lo que se ha denominado “desescalamiento” del conflicto que nadie sabe exactamente de qué se trata.
Resulta difícil comprender que mientras se adelantan las intrincadas negociaciones, sea a través de los medios que se comunican las decisiones más trascendentales y los reclamos de mayor severidad. Así es como las Farc han anunciado el cese temporal del fuego en varias ocasiones sin haberlo discutido previamente con el gobierno; así es como el gobierno rechaza los atentados terroristas sin exigir directamente a los voceros de la guerrilla una explicación; así es como se pide celeridad en las negociaciones.
En conclusión, parece que al gobierno lo tomaran siempre de sorpresa obligándolo a responder con decisiones apresuradas, mientras los acuerdos pactados marchan con una lentitud desesperante como si fuera una estrategia de las Farc para ganar tiempo en este campo y, por el contrario, lograr ventajas sorprendentes en el terreno de la confrontación armada.