Francamente no se comprende bien lo que ocurrió cuando el Presidente de la República anunció su nuevo gabinete llamado “para el posconflicto”, porque cuando se esperaba que todos los políticos que han formado la unidad nacional en torno al mandatario reafirmaran su compromiso de apoyarlo, varios de ellos, especialmente del Partido Liberal, protestaron y anunciaron su retiro de la fórmula política.

Además, el Polo Democrático Alternativo consideró que su actual jefe, la doctora Clara López Obregón, no representa a ese partido y debe renunciar a su presidencia porque ha traicionado sus principios.

Por su parte, la Alianza Verde afirma que el nuevo ministro de justicia, doctor Jorge Londoño, no los representa y que su llegada al gabinete es a título personal.

En fin, lo que parecía un paso más para respaldar el proceso de paz y preparar lo que vendrá con el posconficto, se convirtió en una refriega por la disputa de las posiciones gubernamentales.

María Jimena Duzán, aguerrida defensora del proceso de negociaciones con las Farc, llegó a afirmar en su última columna de la revista Semana que “Con muy pocas excepciones, la clase política que acompaña a Santos no lo hace porque crea en apoyar sus políticas, sino por su mermelada.”

Todo esto fatiga más a la opinión nacional o, para ser más precisos, a los colombianos del común que no miran con simpatía esos pleitos entre dirigentes políticos, que nada tienen que ver con las angustias que sufren por el desempleo, la inseguridad, el aumento del costo de la vida y la mala prestación de los servicios de salud.

En este país del Sagrado Corazón parece que viviéramos en dos mundos diferentes. Por un lado, muchos dirigentes políticos que miran la realidad nacional con la lente de la conveniencia personal y siempre enfocada hacia el aprovechamiento de los presupuestos oficiales.

Por otro, los ciudadanos que padecen las privaciones de la pobreza, y también los que pueden pagar impuestos que ven con desconfianza cómo la corrupción se ha enquistado en las entidades estatales para apropiarse del dinero que con dificultad aportan los contribuyentes.

Parecía que la nación iba a tener con la nueva nómina del gobierno un motivo de tranquilidad y de entusiasmo transmitido por las colectividades políticas unidas en torno del gobierno. Mas, no fue así. Mientras aumentan el desempleo y la inflación; mientras la inseguridad sigue golpeando a las comunidades; mientras se llenan los hospitales de enfermos sin atención oportuna; mientras los campos siguen azotados por la extorsión y el reclutamiento de menores, la gente piensa que unos políticos encopetados se pelean por unos puestos ricamente remunerados que, probablemente, no darán solución a sus males. Esa parece ser la esencia de la democracia de la que tanto nos ufanamos. ¡Bendito sea¡