Durante muchos años, uno de los propósitos más firmes de los dirigentes de frontera fue el de afianzar la integración colombo-venezolana que, naturalmente, era una preocupación local porque los gobiernos centrales casi siempre han sido indiferentes a esa idea.
Existía la Comisión Binacional presidida por prestantes personalidades, que debatía permanentemente la problemática de los dos países; se hacían frecuentes reuniones de la Asamblea Regional Fronteriza; las Cámaras de Comercio de los dos lados de la frontera estaban en constante comunicación y, en fin, las universidades, las autoridades municipales, los comerciantes y las familias actuaban como si se tratara de un solo país, aun en momentos de dificultades generadas por eventos ocasionales.
Pero de un momento a otro, por razón de la política centralista, todo cambió y los instrumentos de política binacional fueron cayendo en desuso. Hoy, lamentablemente, todo eso parece un fantasma del pasado.
Mas, lo que hubiera sido impensable hace unos años está ocurriendo en la actualidad: La frontera cerrada de manera indefinida; los colombianos, maltratados sin auxilio; cientos de empresas de frontera quebradas; familias de colombianos y venezolanos desintegradas, sin doliente.
Las libertadas y reivindicaciones sociales que ofreció el Socialismo del Siglo XX terminaron siendo una implacable persecución política, una mordaza a los medios de comunicación, una corrupción oficial desenfrenada y un empobrecimiento general ocultado con discursos patrioteros y costosa propaganda.
Y frente todo esto, el gobierno colombiano sigue sordo, mudo y ciego, como dijera Shakira. Es increíble que el país más cercano a Venezuela, el país hermano, el país con los mismos libertadores, con los mismos colores que ideó Miranda para la bandera, con la enorme frontera común, con iguales idioma, religión y raza no tenga una palabra de apoyo al pueblo sojuzgado.
Es insólito que funcionarios de Estados Unidos, Uruguay, España, Paraguay etcétera, se pronuncien en contra de las arbitrariedades del gobierno chavista de Maduro, y en Colombia no haya ni una frase condenatoria por los atropellos a los opositores, la violación del derecho internacional, los vejámenes a los colombianos más humildes y las agresiones contra la prensa libre.
Mientras aquí se pregona a los cuatro vientos que nos estamos acercando a la paz, se soslaya que el gobierno de un país que ha acogido a millones de colombianos para que mejoren sus condiciones de vida, vulnere de manera tan flagrante los más elementales principios de la convivencia pacífica y viole los derechos de ciudadanos venezolanos y colombianos. Es un precio muy alto el que se está pagando para que la tristemente llamada Revolución Bolivariana siga respaldando a las Farc.
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