Se quejan los pilotos que aterrizan en Cúcuta, de la presencia de aves en los aires cercanos al aeropuerto Camilo Daza, de manera que ponen en peligro el aterrizaje de los aviones.
Se trata de bandadas de chulos que negramente vuelan por los cielos cucuteños, cruzándose por delante de las naves, sin percatarse del peligro que pueden ocasionar con sus maromas y clavados.
El chulo tiene varios nombres: cuervo, zamuro, zopilote, jote, buitre negro o gallinazo, pero cualquiera que sea su nombre, sigue siendo el mismo chulo, con sus mismas mañas y costumbres.
Los pilotos están asustados. Y yo también. Pero los chulos, no.
Impávidos, igual que las autoridades a quienes les compete el asunto, siguen en lo suyo, meneándose con elegancia, planeando para que los miren y ejecutando toda clase de acrobacias.
Los chulos no son vistos con buenos ojos en ninguna parte del mundo. El alimentarse de carroña los hace ver como un animal que produce asco. No entendemos que, precisamente por eso, son amigos de la sociedad, pues nos ayudan a limpiar la ciudad de tantas porquerías de que vivimos rodeados.
Ojalá vinieran al centro y se encargaran de tanta carroña y tanta porquería que por ahí hay.
El primero que manifestó su tirria contra los chulos fue Noé, el de la barcaza salvadora, cuando el vainazo que nos echó Yaveh con el diluvio universal. Después de cuarenta días y cuarenta noches en que llovía a cántaro roto, Noé quiso saber si ya podía salir a acampar fuera de su nave.
No mandó al hermoso pavo real, ni al gato consentido, ni a su mascota preferida, el perro. No. Mandó al chulo. “Si vuelve, bien, y si no vuelve, es poco lo que se pierde”, les dijo el patriarca a sus hijos, mientras destapaba otra de Casillero del diablo. Y el chulo no volvió.
Después, cuando el viejo, sacando la mano por la ventana, supo que había escampado, mandó a la engreída y blanca paloma, que regresó con una verde rama de olivo. Noe la recibió jubiloso y en pago le profetizó: “Tu imagen servirá para adornar ciertos ojales de sacos presidenciales”.
Noé tenía razón. El presidente Santos se vería muy mal con la figurita de un chulo en la solapa de sus vestidos.
Pero no todo lo del chulo es malo. Como ya dije, el chulo se desvive por asear nuestro contorno, y eso hay que agradecérselo. Ciudad sin basurero no funciona, y basurero sin chulo no es basurero.
Los chulos y los basurriegos se pelean los residuos de comida, pero son socios en la búsqueda del pan suyo de cada día.
En un restaurante en El Diamante, en la vía de Cúcuta a Pamplona, encontré hace ya muchos años algo pocas veces visto. Habían domesticado dos chulos, que eran la atracción de los comensales. Creo que se llamaban Gestas y Dimas, pero no eran ladrones. Al contrario, esperaban de buenas maneras las sobras que los visitantes les echaban.
No sólo sirven los chulos en asuntos de limpieza y de ornato. En algunas regiones utilizan la sangre del chulo para curar ciertas enfermedades como el asma y el cáncer. Lo malo es que pocas personas tienen los pantalones para jartarse una totumada de sangre de chulo. Matan al animal, lo cuelgan de las patas y le hacen una incisión en el pescuezo. Aparan la sangre, y así, calientita, fresca, morada, se la toman. Dizque es milagrosa.
Si la cosa es cierta, no demoran en llenarse nuestras calles de vendedores de sangre de chulo. O en bolsitas plásticas, en las esquinas, donde antes había semáforos funcionando.