China ha crecido en las últimas dos generaciones, 40 años, a un promedio de 10% anual. Pasó en ese tiempo de US$300 por habitante, a US$16.000, ingreso mayor que el de Colombia, situándose en el segundo lugar en tamaño económico y caminando hacia la cima que ocupa los EE. UU. Aunque le faltan 400 millones de personas por salir de la miseria, el sistema autoritario en lo político y heterodoxamente capitalista en lo económico, sacó de ella a 800 millones de chinos, cifra superior a la población total de América Latina. Según analistas económicos, el PIB por habitante de China era la vigésima parte del de EE. UU. en 1990; hoy el PIB percápita de ese país equivale a un tercio del de los norteamericanos. China ha sido hasta ahora la prueba viviente de que inversión y crecimiento van de la mano: se ha mantenido por encima del 30% sobre PIB dede 1980, llegando al 45% recientemente. Los EE. UU. tenía dominio sobre el 80% de los mercados a principios del siglo XXI; hoy esa participación es del 30% y China se ha convertido en el principal socio comercial de la mayoría de los países del mundo. Sin embargo, ahora parece que la receta se está agotando y el líder del crecimiento mundial está desacelerándose; su dinámica decae; su capacidad para controlar retos sanitarios está en juego; los analistas dicen que crecerá poco más de 4% en la próxima década.
¿Por qué se da este panorama menos optimista? En primer lugar por la demografía: la mano de obra disponible ha disminuido desde 2015 y el crecimiento total de la población está en el 0.4%, con su consecuente envejecimiento; y esto ha sucedido a velocidades mucho mayores que cuando se dio este fenómeno en Corea o Japón. En segundo lugar, parece que su sistema de apertura comercial relativa entró en crisis: ya no basta con tener casi el 15% del comercio global de mercancías, sino que la masiva inversión china afuera de sus fronteras se ha encontrado con que se requiere respeto mayor por la propiedad intelectual, mayor libertad “contestataria” para hacer innovación, mayor respeto de las leyes laborales y de derechos humanos, mayor transparencia cambiaria, etc; por eso se está diciendo ahora que el crecimiento chino ya no podrá estar exclusivamente fincado en sus exportaciones. En tercer lugar, China se desacelera a pesar de ser el Vaticano del crecimiento de la productividad: la mano de obra rural ya no es tan a
bundante ni fácil de redistribuir; la inversión no es eficiente; y la agricultura, la tecnología y el sector financiero, requieren reformas; es decir la productividad total de factores está en declive. Y por último la inversión (léase el ahorro), ha probado ser abundante pero no eficiente: China tiene los más altos niveles de inversión sobre PIB, incluso más altos que sus competidores en Asia; pero el esfuerzo keynesiano de 2008 para aumentar el gasto público local se ha traducido en excesos de capacidad instalada, proyectos abandonados o subutilizados; y trajeron facilismo a las grandes compañías públicas que lograron fácil acceso a capital subsidiado y se les reforzaron sus mercados monopólicos. Inversión sí hay, pero eficiente y competitiva, no.
¿Qué está haciendo China? Uno, hacer resurgir la competitividad en los sectores ”estratégicos”. Dos, disparar la innovación en alta tecnología, cuya inversión ya está en un nada despreciable 2% del PIB. Tres, dirimir parcialmente la guerra comercial con EEUU y reforzar la Ruta de la Seda, llamada OBOR (one belt, one road) para la cual además de los recursos del gobierno, las empresas chinas han contratado ya us$128.000 millones en el extranjero en construcción de infraestructura! En contraposición los expertos dicen, según un estudio de Visual Capital de EEUU de este mes, que en vez de alta tecnología es necesaria la adaptación a tecnologías maduras ya existentes, con más internet y más competencia en el crédito para las empresas medianas y pequeñas. También recomiendan que en vez de pactos sectoriales subsidiados, se abra más la competencia donde hay monopolios u oligopolios. Y que la política económica promueva el consumo, el cual a su vez produciría renaceres en el lado de la oferta; una nueva expansión de la clase media y refuerzo de su ingreso a través de más altos salarios, reforzaría la demanda interna y disminuiría la dependencia del crecimiento, del aumento de las exportaciones.
Así las cosas, Colombia no está amenazada de gravedad por no tener a China como su principal socio comercial. Pero China está compitiendo duro y los EE.UU. solo están quejándose de esa presencia creciente sin ofrecer ninguna novedad que les permita, racionalmente, mantener su primacía en esta parte del globo.
Ojalá nuestro gobierno lea adecuadamente esta etapa de China y aprenda de un lado a reformar para crecer sostenidamente, y de otro a exigir de sus socios tradicionales más oportunidades en los temas bilaterales y multilaterales que siempre nos han negado en agricultura y propiedad intelectual, por ejemplo. Amén de mayor apertura y competencia financiera, que hoy parece archivada.