En enero de 1994 le escribí esta misma carta al Salario mínimo de ese año, y la publiqué en la sección Tirando carta del libro Se acabaron las vírgenes, editado en 1995. Hoy, 26 años después, veo con amargura y desolación que jamás obtuve respuesta, por lo que se la estoy reenviando (como dicen en wassap) y la comparto (también lenguaje virtual) con ustedes.
El libro se agotó en par patadas (tal vez por el título, “Se acabaron las vírgenes”, algo que en ese tiempo era preocupante, aunque no ahora), y hoy no se consigue en ninguna librería del mundo. Otro motivo para dar a conocer, de nuevo, dicha carta que decía –y dice- así:
“Señor Mínimo:
Bien sé que usted no tiene la culpa de ser como es, de ser quien es, de ser lo que es. Bien sé que su personalidad es tan escasa que permite que otros piensen por usted, y que, en su nombre, tomen determinaciones. Bien sé que a usted (Salario mínimo) lo rodea una nube de áulicos que no le dejan ver lo que sucede en la realidad.
Pero, a pesar de ello, no puedo quedarme callado (los apóstoles decían “Non possumus non loquere”, no podemos no hablar) porque dicen que el silencio otorga, y lo menos que se puede hacer ante usted es otorgarle algo.
Por eso le escribo. Para que sepa lo que la mayoría de los colombianos penamos de usted. Y si aún nadie se lo ha dicho, para que se entere de que no es usted bienvenido. Que se está gestando un movimiento suprapartidista, con cacerolazos, firmas, cédulas y direcciones, para declararlo persona no grata en el seno de nuestra sociedad.
Y en los demás senos. Las señoras, por ejemplo, cuando van al mercado y se meten la mano, no al dril ni al bolsillo como los hombres, sino al pecho, en busca de su manojito de billetes, arrugados y olorosos a excitante fragancia femenina, reniegan de usted. Y no me venga a decir que lo que pasa es que las señoras reniegan de todo y por todo. No señor. No estoy de acuerdo con usted. Mi mujer no me lo permitiría. Ellas siempre tienen la razón.
Seguro que en el seno de Abraham tampoco tiene usted acogida. Allá entraremos los buenagente, los que nos compadecemos del prójimo, los que nos sacrificamos por los demás. Y de eso, usted pocón, pocón.
Ni para qué hablar de otros senos. Por culpa suya los hombres casados tendrán que resignarse sólo con los de su casa. Y los solteros, a vivir de fantasías y de las fotos que circulan por redes sociales.
El problema consiste en que usted se quedó corto, cortiquitico. Y eso tiene consecuencias desastrosas. Por la misma causa matrimonios hay que no pasan de la luna de miel. Y por quedarse tan cortos, los enanos sólo llegan a payasos. ¿O ha visto usted un Papa enano? ¿O un general enano? Jamás. Nadie es tan pequeño como usted, señor salario remínimo. Usted, ni a enano llega.
Y para que su remordimiento sea aún mayor, le diré que los colombianos nos hacíamos ilusiones con usted. Lo creíamos con un poco más de dignidad. Así que defraudó a quienes, ingenuos, creíamos que usted se pondría de parte nuestra. Traicionó las esperanzas de quienes, aún sin conocerlo, teníamos en alto nuestra fe. Y las traiciones se pagan caro. Por eso cada año usted va pior. Va de culo pal estanco, como decían los arrieros.
Respóndame: ¿Le alcanza a usted su propio mínimo para sobrevivir? ¿No necesita los tres golpes cada día? ¿No paga arriendo? ¿No tiene mujer o mozuela? ¿No le quedaron culebras del año pasado?
Tal vez algunos patronos, algunos, estén de acuerdo con usted. Y tal vez eso le sirva de algún consuelo. Pero ellos son una minoría que no sale a manifestaciones, ni le da a la cacerola, ni recoge firmas, ni grita, ni nada.
Finalmente, un consejo: ¿Por qué no renuncia de su poder de un año, antes de que le revoquemos el mandato?
Dios lo guarde, pero lejos de nosotros.
gusgomar@hotmail.com