
Sin duda, Álvaro Uribe Vélez es uno de los dirigentes sobresalientes de Colombia por su capacidad de acción, su constancia laboral y el conocimiento que tiene de la nación, sobre todo.
Cuenta con talante de líder y no oculta sus convicciones, que asume según las circunstancias.
Pero también es cierto que él y el círculo que lo sigue han sobredimensionado cuanto le asignan como positivo. Es una narrativa adobada de ficción deleznable.
La gestión de Uribe durante sus ocho años de mandato no es tan positiva como la pintan. Es cierto que combatió las guerrillas predominantes y neutralizó algunos de sus frentes. Pero no las derrotó.
Las escaladas siguieron. Y el paramilitarismo se abrió paso para quedarse, en alianza con el narcotráfico, lo cual hace posible el auge de los cultivos de coca y las secuelas criminales que genera.
En el gobierno de Uribe también se consumaron las ejecuciones de colombianos inocentes, haciéndolos pasar como abatidos en combates, cuando habían sido reclutados mediante engaños por orden de altos mandos militares que finalmente confesaron su falta ante la JEP.
¿Dónde está la paz de Uribe? Ni siquiera con los paramilitares, que si bien se sentaron a negociar finalmente quedaron en deuda con las víctimas.
Uribe tampoco contribuyó a cerrar la brecha de la desigualdad en el país. Por el contrario, le arrebató a los trabajadores la remuneración justa por horas extras, dominicales y festivos con el engaño de que era una decisión para generar empleo, lo cual nunca se dio y en cambio desmejoró el ingreso de las familias.
Y siguiendo con las malas políticas de Uribe está su equivocación en la salud al promover beneficios para los empresarios, dándoles más insumos para su riqueza a costa de los recursos que debieran garantizar mejor atención a la comunidad.
Otro hecho desmedido en la carrera de Uribe como gobernante está el de la maniobra para su reelección. No solamente incurrió en abuso de poder, sino también en desgreño de la democracia. La utilización de Yidis Medina en ese entramado es un episodio de corrupción mediante el aprovechamiento del poder.
También tiene el expresidente Uribe en el repertorio de los desatinos acciones represivas que dejaron víctimas todavía no reparadas.
La seguridad de la nación no puede configurarse con la violencia aplicada a la población civil. La Constitución consagra la protección de los ciudadanos y para ello existen normas de riguroso cumplimiento.
Otra espinosa salida durante el mandato de Uribe está configurada en las llamadas chuzadas a magistrados, periodistas, congresistas y opositores. Era una forma ilegal de hacerles seguimiento para finalmente involucrarlos en expedientes judiciales.
Lo que faltaba era la insólita presión ejercida por amigos de Uribe para que se le declare inocente en el juicio que se le sigue por soborno a testigos y fraude procesal. No le sirve al expresidente un “triunfo” judicial en esas condiciones.
Si se exige un debido proceso y rectitud en la administración de justicia no se puede admitir la turbidez de las presiones.
*Puntada*
Hay opositores en Colombia que han llegado al extremismo de gestionar ante gobiernos extranjeros acciones contra la nación. Hasta esa mezquindad llega su abyección.
ciceronflorezm@gmail.com
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