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¡Álvaro!
Álvaro veía venir la catástrofe que se anunciaba y que ha llegado a su punto más aberrante en el “cartel de la toga”.
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Miércoles, 15 de Mayo de 2019

El 08 de mayo se cumplieron cien años del nacimiento de Alvaro Gómez Hurtado. Abogado, periodista, diplomático, político, humanista de vastísima cultura, presidió la Asamblea Constituyente de 1991, después de haber sido secuestrado, en mayo de 1988, por el M-19. El 02 de noviembre de 1995 fue asesinado a la salida de la Universidad Sergio Arboleda. Un crimen nunca aclarado pero en el que participó el narcotráfico. Candidato en 1974, 1986 y 1990, no fue presidente de la República, pero sus ideas y su carácter han tenido más influencia que los de muchos que sí ocuparon el solio de Bolívar. Tuve el honor de que fuera mi maestro, como asistente de la dirección de El Siglo y director de Siglorama, el suplemento cultural del periódico, desde mi segundo año en la universidad. 

Muchas de sus tesis siguen vigentes ahora, casi un cuarto de siglo después de su muerte. Resalto su insistencia en el crecimiento apalancado en un fuerte sector privado como definitivo para el desarrollo, su apuesta por el agro y su vocación exportadora, su convencimiento de que el Estado debería ser pequeño y muy limitada su capacidad para intervenir en la economía, y su certidumbre sobre que las tarifas impositivas deberían ser bajas y competitivas, de manera que no se ahogara a los emprendedores y empresarios.

Además de sus propuestas sobre economía, Álvaro Gómez insistió en cuatro ideas sobre el Estado, el Gobierno y la sociedad que son aún más válidas hoy que entonces. Una, la reforma a la administración de justicia. Muy preocupado con el estado del sistema judicial después de que el M-19 asesinara a los magistrados de las salas penal y constitucional en el asalto al Palacio de Justicia, Álvaro veía venir la catástrofe que se anunciaba y que ha llegado a su punto más aberrante en el “cartel de la toga” y en los 212 fiscales capturados por corrupción en los dos últimos años. Por cierto, la de la Fiscalía fue propuesta suya en la Constituyente. 

Otra, su convicción de que la sociedad necesitaba un “acuerdo sobre lo fundamental”, un pacto clave, indispensable para su futuro, más allá de las diferencias partidistas. Fue en esa lógica que creó el Movimiento de Salvación Nacional, con personalidades que venían tanto del conservatismo como del partido Liberal. La del acuerdo sobre lo fundamental es, quizás, su idea más popular y, al mismo tiempo, la menos estudiada y la más remota hoy. Vivimos en un alto grado de polarización que se sembró con ocasión de la campaña electoral del 2014, donde Santos dividió el país, de manera maniquea y sofista, entre amigos y enemigos del paz, y que se agudizó aún más durante el plebiscito. Una de las tragedias del acuerdo con las Farc ha sido, no hay duda, la fractura del establecimiento y la profunda división que sembró en la sociedad. 

Hoy estamos lejos, lejísimos, de tener un acuerdo sobre lo más mínimo y básico: el respeto de la Constitución y de la ley, el papel de la fuerza pública, el tratamiento del delito y la violencia y sus sanciones, las causas de la violencia y la manera de tratarlas, el alcance de la cooperación internacional, el nivel de impunidad aceptable, si hubiera alguno, para que los asesinos dejen de matar. 

Tercero, tenía plena conciencia de que el narcotráfico era (sigue siendo, insisto yo), la más peligrosa amenaza para Colombia y una plaga extendida por toda la sociedad. Su posición vertical sobre el narco y sus denuncias sobre su infiltración en el más alto gobierno le costaron la vida. 

Finalmente, Álvaro identificó que la estructura estatal había sido cooptada por una coyunda de cómplices, dentro y fuera, donde estaban amalgamados funcionarios del ejecutivo, parlamentarios, magistrados, periodistas y contratistas, ciertos grupos criminales. A ese engendro, que restringía la democracia y que se movía entre la legalidad y el crimen, lo llamó “el régimen”. Y propuso “derrocarlo”. No por un golpe de Estado, en el que no creía, sino a través de un esfuerzo mancomunado, cultural y electoral, de profunda renovación ética y política. Un “régimen” que, me temo, sigue vivo, por mucho que perdió la Presidencia.

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