Apreciado William:
Lo llamo ‘apreciado’, sin conocerlo y sin que me conozca, pero tengo referencias suyas por la prensa, la televisión y las redes, y aquí estoy para decirle que no se amilane, que no sea pendejo, que no sea toche, como decimos aquí en Cúcuta.
¿Botó un gol? Claro, y nos dolió haber quedado eliminados por su pata chueca, pero no es usted el único que ha fallado en esos tiros. A cualquiera le puede pasar. Jugadores mucho más famosos que usted también han caído en la trampa de los guayos, y han mandado el balón a las estrellas o a las tribunas.
Voy a contarle una anécdota. Cuando yo estaba en el colegio, era defensa del equipo del curso. Yo era defensa no porque fuera un gran jugador sino porque daba pata con verraquera. Jugador contrario que se me atravesara, al suelo iba a dar. Yo levantaba los brazos en señal de que “yo no fui”, el árbitro comía cuento y yo casi nunca fui sancionado.
Una vez integré la selección del colegio para un intercolegiado. Jugábamos la final. Lo recuerdo como si fuera ayer.
Y hace casi cincuenta años. Yo estaba cerca del arquero y la bola venía rodando despacito.
Le dije al arquero “Déjemela, que la voy a reventar”. Cogí impulso al encuentro del balón, levanté el pie, la bola pasó por debajo y le di hacia atrás con el talón.
La reventé, sí, pero hacia atrás, hacia nuestro propio arco. Por ese autogol de película, perdimos el campeonato. ¿Cómo le parece?
Después del partido, mientras los otros recibían el trofeo, a mí me llovían los madrazos, igual que a usted, mi querido amigo. Los días siguientes yo fui el trompo de poner, el que tuvo que aguantar todos los quines, de profesores y de compañeros.
Me insultaban, ofendían a mi mamá (y ella ni siquiera estuvo en el partido) y casi pierdo el año.
Yo estuve a punto de tirar la toalla, de salirme del colegio, a no ser por el cura capellán, que viéndome cariculiacontecido, como debe estar usted, me leyó una frase de Kempis: “No eres más porque te alaben, ni menos porque te vituperen”.
Me dio cartilla, me elevó la moral que la tenía en los guayos y poco a poco fui saliendo del miercolero en que me encontraba.
Desde entonces me retiré del fútbol. Se lo digo, no para que usted se retire, sino por decirlo. Pero es que yo no era nadie en el deporte de correr a la pata de la pelota. Usted en cambio, es un jugador de primera. Usted, mi querido William, debe seguir. Colombia y nuestra Selección y los hinchas lo necesitamos. Mañana vendrá el desquite.
Fíjese que la historia del fútbol está llena de jugadores, y jugadores famosos, que botan goles, que se los comen, que en el momento de definir, la pierna no les responde. Si quiere le recuerdo algunos. ¿Qué pasó el sábado? Suárez, el mordelón, el jugadorazo uruguayo, bueno para hacer goles y para morder orejas, también lo botó, y su Selección quedó eliminada.
En el Mundial de 1986, Zico, el Pelé blanco de Brasil, botó un penalti ante Francia, y Brasil perdió la copa. Martín Palermo botó tres pénales contra Colombia en un mismo partido. Colombia ganó 3-0, ese día, en la Copa América de 1999. La historia es larga. Usted la sabe mejor que yo. ¿Entonces? Levántese, mire pa’lante y hágale, William, que usted está para grandes cosas.
¿Qué lo tienen amenazado? No se llene de culillo, tome sus precauciones, proteja a los suyos, pida protección y siga en lo suyo que es el buen fútbol. Hay gente mala, de eso no cabe duda, pero no se desanime y no dé papaya. Cuídese, hágase la cruz a cada rato y mire pal horizonte donde ya se vislumbra su gloria.
Con un penalti errado, no se va a acabar el mundo. Usted vale mucho más que un gol. ¿Sabe lo que dijo Pelé, alguna vez? Que ganar con tiros penaltis, es algo cobarde. O algo así. Esa es la idea. Suerte, muchacho, la vida le sonríe.
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