Ese era mi saludo de siempre, y él, sin vacilaciones, con una sonrisa blanca, me respondía, alegre:
-Aquí, cuadro, viviendo como un negro.
Era cierto. Pedro Cuadro Herrera vivía como un negro: guapachoso, festivo, servicial, amigo de todo el mundo, dicharachero, trabajador, maestro íntegro y, por encima de todo, escritor empedernido.
Dice el refrán popular que no hay muerto malo, pero en el caso de Pedro Cuadro, no hay una verdad tan verdadera como esa: Pedro Cuadro era un hombre bueno, en todo el sentido de la palabra.
Nació en Cartagena, pero un buen día resolvió cambiar las históricas murallas por nuestras verdes montañas, y la inmensidad del mar Caribe por nuestro languideciente Pamplonita, y los hermosos atardeceres costeños por nuestro sol de los venados, con arreboles y brisa. De eso hace más de cuarenta años.
Lo que hace el amor. Se prendó y se prendió del corazón de una hermosa cucuteña, de nombre Marlene, y echó raíces en esta tierra y las raíces se hicieron exuberancia y eternitud con César y Carolina, sus hijos.
Pedro Cuadro se volvió cucuteño, sin dejar de ser cartagenero. Era orgulloso de sus dos patrias chicas.
Con la misma ternura con que se le inflamaba el pecho para proclamar que era de la Costa, se le iluminaban los ojos para decir que era nortesantandereano.
Pedro Cuadro era orgulloso. Orgulloso de su ascendencia afrocaribeña. Orgulloso de su costeñidad. De su profesión de maestro. Orgulloso de su hogar.
Y de su profesión de escritor, a la que le dedicaba los pocos ratos libres que el magisterio le dejaba. Porque dictaba clases aquí y allá. Leía. Estudiaba. Se preparaba para seguir enseñando. Y escribía. Por el placer de escribir. Y enseñaba a escribir. Y enseñaba a hablar.
Dominaba varios idiomas y dialectos (hasta el motilón-barí) y sabía de sintaxis, de prosodia y de composición literaria y periodística.
Este lunes 6 de julio ha sido un lunes triste. Me llamó temprano Ciro Alfonso Pérez, presidente de la Asociación de Escritores de Norte de Santander, que Pedro ayudó a crear hace ya varios años, para darme la fatal noticia. “Se nos fue el negro”, me dijo con voz cercana al llanto.
No lo podía creer. El amigo, el compañero, el mamador de gallo, el poeta se había marchado a dar recitales en el más allá. Se me hizo un nudo en la garganta y se me encharcaron los ojos. Fui muy cercano a Pedro Cuadro. Como lo fueron Serafín Bautista, Ciro Pérez y Raúl Sánchez Acosta, los poetas de Escribarte.
Ahora, sólo nos queda recordarlo, limpiarnos las lágrimas, acallar nuestros suspiros y decir como en aquella canción: “Si se calla el cantor, muere la vida…”. Al callarse la pluma de Pedro Cuadro Herrera, ha muerto un pedazo de vida de su esposa, de sus hijos, de sus familiares y de sus amigos. Yo seguiré diciéndole, con el cariño de siempre: “Ajá cuadro, ¿y tú, qué?”. Y él me dirá desde el cielo que dicen que existe para los poetas: “Aquí, cuadro, viviendo como un negro”. Y tendrá razón, porque los poetas no mueren.