Ahora que hay tan buenas noticias sobre la terminación del conflicto con las Farc, la euforia no puede llevarnos a los colombianos a continuar con el despilfarro bien sea en la economía privada pero, sobre todo, en la pública, porque estamos viviendo una época de vacas muy flacas, y la que viene no tiene buena cara.
El llamado posconflicto, que no sabemos precisamente de qué se trata porque, entre otras cosas, no conocemos los acuerdos que se van a aprobar, puede significar la necesidad de contar con abundantes recursos financieros, y no creo que la estrategia conveniente sea pasar el platillo de las limosnas a la comunidad internacional para atenderlo.
Mas, parece que esa va a ser una de las fórmulas previstas porque el déficit fiscal actual y el venidero, la caída de los precios del petróleo, los compromisos adquiridos con las vigencias futuras, los gastos desbordados del Estado y el aplazamiento de la reforma tributaria por temor al aumentar el descontento ciudadano, no van a permitir contar con los fondos para atender, siquiera, el normal funcionamiento de las instituciones oficiales.
Los ciudadanos debemos ahorrar agua y energía porque se están agotando las fuentes y no se han desarrollado las obras que se necesitan en épocas de sequía.
Debemos controlar el uso de los combustibles porque la producción nacional de petróleo está cayendo a niveles extremos, y no está lejos el día en que tengamos que importar crudo con nuestros devaluados pesos.
Y, nos piden que disminuyamos los gastos suntuarios, lo que nos va a ser difícil gracias al aumento de la inflación que estamos padeciendo mes a mes.
Desde hace un a tiempo nos hemos acostumbrado a escuchar los gastos e inversiones oficiales por miles de millones, de billones de pesos como si de manera mágica se hubieran multiplicado los ingresos presupuestales, y parece que a nadie le preocupa que se pierdan aquí y allá sumas que antes nos parecían exorbitantes.
Pero, el gobierno no da su brazo a torcer en los enormes transferencias de las regalías que se bautizaron como “mermelada”; ni en la abundante e innecesaria publicidad de las entidades nacionales (copiada por los entes regionales y locales al mejor estilo chavista); ni en el funcionamiento derrochador de las entidades públicas que atienden las pensiones y la salud de los ciudadanos; ni en el lujo asiático de algunas dependencias ejecutivas; ni en los enormes costos de la protección de funcionarios que se desplazan escoltados por lujosas camionetas y motocicletas, muchas veces para sus viajes de recreo; ni en las nóminas paralelas o los exagerados contratos para asesores etc.etc..
Con todo, el gobierno nacional va a ser un irrisorio esfuerzo de ahorro sugiriendo a los altos dignatarios que no viajen con tiquetes aéreos de primera clase. Si no fuera por lo dramático de la situación, esto podría parecer tan risible como si un rico padre de familia, para disminuir los gastos familiares, pidiera a sus hijos que no den propinas en los exclusivos restaurantes que frecuentan.