Me llamó un amigo, cultivador de arroz en las riberas del río Zulia, para preguntarme cómo era el cuento ese de las rogativas para hacer cambiar de clima porque la invernada tan tremenda que se había desatado en la región estaba a punto de echarle a perder los arrozales.
Le dije, con cierta incomodidad, que no era ningún cuento, sino cuestión de fe, y le repetí aquellas palabras bíblicas: “Si tenéis fe como un granito mostaza, podéis decirle a esta montaña, quítate de ahí, y ella se quitará”.
-¿Y con pura fe comienza a llover? –me preguntó el amigo.
Me di cuenta que el tipo era medio incrédulo, de modo que quise quitármelo de encima: Vaya, hable con un cura –le dije- y él le explicará lo que debe hacer para la rogativa.
-¿Y eso es muy caro? –insistió el incrédulo.
-Ni idea, y chao –lo corté, de una.
No supe en qué pararía la cosa, porque el hombre no me volvió a llamar. Ojalá se le hayan salvado sus arrozales. Pero una cosa sí es cierta: el clima comenzó a cambiar. Las nubes cambiaron de rumbo y se fueron a descargar sus cantarados de agua a otras partes. Ahora el cielo, nuestro cielo, amanece despejado, inmensamente azul, como estamos enseñados a verlo, y el sol con su calor se deja venir desde temprano.
Yo, cucuteño de media cepa (originario de Las Mercedes), acabo de regresar de Bogotá, donde estuve dos meses y medio por cuestiones de salud, enmediado a toda hora, enfundado en saco de lana, gorro orejero y guantes, y sacándole el quite al baño, digo, juro y rejuro que no hay como nuestro calor, así a veces nos haga sudar y nos toque bañarnos dos y tres veces al día.
El problema es que a san Pedro lo nombraron controlador eterno de las palancas del clima, y el pobre viejo, que ya no está para eso, se duerme sobre las palancas y se le olvida hacer los cambios necesarios y nosotros pagamos el pato.
Pienso que el cielo debería modernizar sus equipos y actualizarse con los últimos avances de la tecnología moderna. No es justo ni lógico que el cielo, desde donde se controla toda nuestra vida, ande todavía en el siglo primero de nuestra era. Además, ya es hora de que jubilen a Pedro y pongan gente joven, algún santo moderno, a manejar los controles, ojalá digitales, de la lluvia y el sol.
A menos que Dios quiera seguir haciéndolo así, para probar nuestra fe y para que los curas se ganen los estipendios de las rogativas.
Ojalá el clima haya cambiado definitivamente y podamos cantar con el galerón llanero, no aguas que lloviendo vienen, sino aguas que lloviendo van. Hacia otras regiones, aunque sin causar estragos.