La renuncia y el precio de la duda
Pese a la conclusión de la auditoría, el escándalo mediático fue imparable. En un comunicado breve, Rubén Darío Callejas presentó su renuncia el 26 de mayo, aduciendo que su dignidad había sido afectada y que no se le había permitido ejercer su derecho a la presunción de inocencia. Su carta fue más un grito de hartazgo que una defensa técnica.
La controversia escaló hasta la Casa de Nariño. El presidente Gustavo Petro se refirió al caso en redes sociales y pidió explicaciones públicas. La Procuraduría General de la Nación abrió una indagación preliminar para determinar si hubo alguna falta disciplinaria o conflicto de interés, aunque hasta ahora no hay imputaciones formales.
En medio del bullicio, ella decidió hablar. Con voz firme y sin rodeos, la mujer sostuvo que compró su billete de forma legítima, sin favores, sin trucos, sin privilegios. Aseguró que la suerte le sonrió, como a miles de colombianos cada semana, y que lamentaba el linchamiento mediático que su familia estaba viviendo.
“¿Acaso las esposas de los funcionarios no pueden jugar la lotería como cualquier ciudadano?”, preguntó en una entrevista radial, dejando en el aire una reflexión incómoda sobre las fronteras entre lo ético, lo legal y lo moral.
Aunque todo indica que no hubo irregularidades, el caso deja un sabor amargo. No por el premio en sí, sino por lo que revela sobre la confianza pública. La Lotería de Medellín, una de las más tradicionales del país, quedó en el centro de una tormenta que mezcla política, poder, percepción y azar.
Y al final, lo que para una familia fue fortuna, para una institución se convirtió en crisis reputacional.