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Dejó de raspar coca y ahora enseña a los niños a leer
Confesiones de un joven comunicador social quien a pesar de las vicisitudes se convirtió en vigía de la memoria histórica del Catatumbo.
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Javier Sarabia Ascanio
Javier Sarabia
Categoría nota
Viernes, 24 de Diciembre de 2021

En medio de grandes dificultades por el desplazamiento forzado, el joven Edixon Rodríguez con esfuerzo y dedicación se ha convertido en vigía de la memoria histórica de la zona del Catatumbo.


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De estirpe campesina, cuando niño sufrió los rigores del conflicto armado y hoy es un ejemplo de vida y superación. Regresó a su ‘patria chica’ con programas culturales para restituir el tejido social y brindar la oportunidad de buscar un mejor camino a los habitantes de la región a través de la lectura.

 Oriundo del corregimiento El Aserrío, comprensión rural del municipio de Teorama, ha demostrado que los sueños se hacen realidad, luego del empeño y la dedicación.


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Después de estar dependiendo de los cultivos de uso ilícito, hoy es el protector de la memoria histórica en medio de una exótica naturaleza.

“Agradezco mucho a mi papá que siempre me infundió un pensamiento muy pacifista y él siempre dice que la persona que empuña un arma, alberga una idea de odio en su corazón. Gracias a eso siempre tuve la postura muy firme de decir no. Mi forma de lucha es pacifista a través de las ideas”, mencionó Rodríguez. 

El joven empezó a estudiar a los 21 años. / Foto: Cortesía / La Opinión

 

No se arruga a pesar de las adversidades

Es un joven como muchos otros en la región del Catatumbo. Se levanta con la ilusión de un mejor mañana en un territorio lleno de paisajes coloridos, pero con la sombra del conflicto armado. Sin importar las necesidades para ser profesional dejó de raspar coca y gracias a su esfuerzo se convirtió en el promotor de la lectura en su comunidad.


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Encargado de proteger la memoria histórica de Teorama en Norte de Santander. En medio de las montañas reescribe su historia a pesar de ser víctima del conflicto, destacando que no ha olvidado sus raíces campesinas, devolviendo paz y reconciliación a su comarca.

La vida de Edixon siempre ha estado llena de música, pues su señor padre Eladio Rodríguez interpretó instrumentos de cuerda.

“Son inspiraciones de muchos para conocer esas historias guardadas en el alma, algo así como una biblioteca”, agrega.


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En su corazón guarda tres grandes fortalezas: el teatro, la comunicación y su familia. “Soy de la región del Catatumbo, específicamente de la vereda Santa Inés, jurisdicción del corregimiento El Aserrío, bibliotecario del centro de Consulta Carmelo Velásquez y encargado también de la Casa de la Cultura de ese corregimiento y de la memoria histórica Gonzalo Carrillo”.

 

El joven logró salir adelante a pesar de todas las dificultades. / Foto: Cortesía / La Opinión

 

El desplazamiento forzado

“Mis papás son de San Calixto. Fui desplazado en el año 2001. En diciembre del año 2000 corría el rumor que iban a ingresar los paramilitares, ya había sucedido la masacre en la Gabarra, asesinatos selectivos y ese imaginario o escenario de terror se percibía en la zona. Un año después, muchas familias comenzaban a desplazarse, y la gente decía que si no nos íbamos ingresaban los paramilitares a matarnos y nos fuimos para Ocaña. Tenía 7 años, recuerdo que fue algo muy doloroso porque estábamos acostumbrados a vivir en el campo muy felices y de un momento enfrentarse a una realidad completamente distinta en un barrio periférico con unos muchachos de mi edad que no conocía, costó mucho hacer amistad con ellos porque tenía una cosmovisión muy diferente a la ellos, fue bastante complejo”, explicó Edixon. 


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Pero irónicamente sucedió algo complejo y paradójico para el muchacho lleno de muchos sueños. “Nos fuimos del Catatumbo temiendo a los paramilitares, entramos en una situación de muchas dificultades económicas, no tuvimos otra opción sino buscar otra vez el campo, una vereda cerca de Ocaña conocida como Venadillo, pero cuando pensábamos que todo iba a cambiar, resulta que allí sí estaban los paramilitares”, confesó.

Precisamente por esa época recogían a las personas y las asesinaban cerca de las casas. “Tuvimos que ver muertos a la orilla de la carretera, cadáveres en las pozas para regar los cultivos, vivir con ese miedo todo el tiempo”. 

Apenas comenzaba el calvario, ya que volvieron a la región para obtener el sustento diario. “La primera vez que raspé una mata de coca se me ampollaron las manos con vejigas, era un trabajo bastante duro, nos tocaba recoger la cosecha empacarla en costales y llevarla a lugares muy lejanos donde se procesaban. Eran jornadas largas, nos echaban una maleta, era un adolescente que tenía que cargar tres arrobas a las costillas y caminar durante casi tres horas para vender la hoja de coca. Si uno se dedica a cultivar plantas de pan coger como cacao, yuca, plátano y fríjol casi no le queda ni para la comida, hay que esperar un largo tiempo y cuando se obtiene la cosecha, sale a venderla en el pueblo, los precios son irrisorios en comparación con los gastos, se pone a sacar cuentas y no alcanza para pagar en la tienda y los obreros. Cuando los campesinos siembran coca, no se llenan los bolsillos de dinero”, manifestó el joven. 


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Ante ese panorama y los propósitos siempre claros, Edixon se abrió nuevos caminos. “Había fincas donde uno estaba trabajando y llegaba determinado grupo a hacer campamento, entonces existía el miedo por los enfrentamientos entre grupos armados y por otro el temor al reclutamiento, aunque no era tan forzado, en el caso mío nunca me dijeron que me fuera para la guerrilla, si hubo endulzamiento de oídos". 

Pero entonces, siempre recordaba las palabras de su padre que siempre le infundió un pensamiento pacifista. “Él siempre ha dicho que aquel que empuña un arma alberga una idea de odio en su corazón. Siempre tuve mi postura, muy firme de decir no, en cierta medida forjar una barrera para no dejarme llevar de estas situaciones”, recalcó. 


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El joven presta sus servicios a toda la comunidad. / Foto: Cortesía / La Opinión

 

El teatro su gran pasión

Siempre tuvo un ideal mientras aportaba a la comunidad con acciones redentoras, no dejó de lado el teatro vinculando además a jóvenes de su comunidad.

 A los 14 años se vinculó a la Junta de Acción Comunal de la vereda que le abrió las puertas y la oportunidad de comprender que la unión hace la fuerza.


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“Si nos sentamos a dialogar para conseguir una solución conjunta, con recursos propios o mediar con una institución se puede lograr la convivencia pacífica de los pueblos”, expresó el comunicador social de la Universidad Francisco de Paula Santander, seccional Ocaña.

El padre muy orgulloso lo llevó a Bellas Artes, pero le dijeron que para pertenecer debía estudiar una carrera universitaria y ni siquiera había presentado la prueba ICFES, sin embargo,  con su perseverancia supo de un profesor y estuvo llamándolo insistentemente para que lo enseñara. “Así sea un taller yo quiero estudiar teatro, entonces le encomendaron buscar a 4 muchachos más para iniciar el curso. Se montaban en un camión de carga para Ocaña encima de bultos de fríjol, maíz y aguacate”, indica.

La amiga Yuleidy Jiménez aplaude la valentía del joven para salir adelante en medio de las adversidades. Creyó en la propuesta de teatro de su amigo, por lo que las grandes distancias no eran impedimentos para cumplir la cita.


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Consciente de que el arte y la cultura en este país no tienen mucha importancia, a raíz de las dificultades pensó en desistir, y en un busca de una mejor calidad de vida decidió estudiar comunicación social en la Universidad Francisco de Paula Santander, seccional Ocaña. 

“El primer semestre fue muy difícil, yo estaba trabajando horarios muy extensos, recién me independizaba. Comencé a trabajar repartiendo hojas volantes, después, como mesero en un restaurante de comida corriente, en discotecas y bares. Hice una autoevaluación, pensé lo que estaba haciendo, entré en una crisis existencial, tenía 21 años, pero dije, voy a reunir la plata e invertirla en el próximo semestre”, agregó. 

Con mucho esfuerzo y perseverancia, Edixon logró llegar a coordinar el Centro Multifuncional de la Memoria y se convirtió en el director de la Biblioteca Pública Carmelo Velásquez y la Casa de la Memoria Histórica del Catatumbo. 

 

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El Centro Multifuncional es un espacio en el aserrío y toda la región del Catatumbo que busca transformar este territorio a través de la cultura y la reconciliación.

“Esto construye paz, sociedad. Los muchachos que se interesen por la lectura, los temas culturales que se apropien de lo autóctono de lo regional, nunca van a empuñar un arma, porque van a saber que las formas de lucha que sirven para construir sociedad son aquellas que están alejadas del conflicto  armado. Estoy completamente seguro que ha valido la pena cada bendito segundo que le he dedicado a este proceso, no ha sido fácil, no vivo en el centro poblado, vivo en una finca a una hora a la que me dirijo caminando, soportar las condiciones climáticas, terminar agotadoras jornadas alimenta esa llama espiritual, emocional que me alienta cada día a proponer cosas nuevas”, afirma Edixon. 

Espera convertirse en un actor de cambio, transformación y desarrollo social para alcanzar la meta de aportar a la región desde se formación profesional como comunicador social. 

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