Tenía 16 o 17 años, yo, y no podía votar. Supliqué a mis padres que por favor, por caridad, votaran por Antanas Mockus, para su primera alcaldía, y que yo, a cambio de sus votos, haría lo que me pidieran. Joven e incauto, había visto al ex rector de la Nacional andar en bicicleta, y lo vi callar un auditorio de la manera más inusual, e insultar a su contrincante arrojándole agua, y no balas.
En fin, era joven e inocente, insisto, pues pensaba por aquellos días que gente así era la solución a nuestros problemas. Recuerdo pensar que tipos así eran los que se necesitaban, los “anti políticos” que salvarían a Colombia de la pesadez de los politiqueros, tradicionales, amorcillados en sus curules.
Y hasta voté por él cuando se postuló para su segunda alcaldía. Me refería a mí mismo como “mockusiano” cuando hacía algo bien. Le daba paso al peatón, y me sentía un verdadero Mockus. Pensé que éramos un ejército de ciudadanos idealistas, que íbamos a cambiar la ciudad, el país, y hasta el planeta. Quizá el universo.
Pero Mockus, con el tiempo, empezó a ser él mismo. Abandonó su traje de profesor, para dejar ver el de payaso. El circo en el que se casó ya algo nos indicaba. Y el hombre empezó a ser uno más de los que habían tenido quince minuticos de gracia, de fama, y los supo capitalizar.
Ahora era un político más. Uno de los que sabían muy bien como era el alma y espíritu del colombiano, que a punta de obras de teatro perdona. Ya lo veíamos disfrazado, hablando más parecido a Cantinflas que a un estadista: “como digo una cosa, digo la otra”, dirán el mexicano y el nuestro.
Antanas ya me ofuscaba. Me parecía más un payasito lamentable, con el maquillaje corrido, que el estadista que pensé que era. Pero, ¡que quede claro que el equivocado soy yo! Pensar que una persona es estadista por abrirse las nalgas delante de un auditorio habla mal de mí, no de él.
Y el ofusque de arriba dio paso a la rabia absoluta de ahora: Verlo hablando mal de Petro en una entrevista, y a las dos horas apoyándolo. Un día se confiesa auxiliador de las FARC, y al otro milita en el Santismo, o en el Petrismo, qué más da. Sale a la plaza pública, con sus famosas tablas de los mandamientos “No expropiarás” le ordenan a Gustavo, pero se les olvida que las otras tablas, las de los diez mandamientos, ya se las había pasado por la faja don Gustavo, es especial aquel que dice “No matarás”.
En fin. De joven padecí un cáncer llamado Antanas. Ya me curé y la quimioterapia fue una dosis de adultez, con varios miligramos de realidad.