Al tomar la decisión de estudiar Derecho me convertí en la excepción. Mi casa estaba conformada por personas que se habían dedicado, directa e indirectamente, a los medios de comunicación.
Con el pasar de los días, en la facultad de derecho de la Javeriana, empecé a entender los noticieros y la sección judicial del periódico. Entendí el sistema parlamentario, y las nulidades.
Luego dominé el concepto de debido proceso, y la segunda instancia, y la revisión, por vía tutela, de las sentencias de última instancia. Empecé a usar palabritas en latín: Modus Operandi, indubio pro reo, erga omens, y obiter dictum, y otras.
Mientras más aprendía, más cara de circunspección veía en mi papá. Llegó el día en que me sentó, y sin ser él abogado, me explicó para qué servía el Derecho.
Según su visión, la de un hombre ya maduro, justo por naturaleza, calmado, ecuánime, el Derecho no era una acumulación de saberes “trapisonderos”, ni de conocimientos malabarísticos.
Era, en su modo de ver (más sabio que el de muchos) la forma en que se hacía justicia. No era la aplicación de la ley lo que importaba: era la efectiva y cabal realización de la justicia.
Vi que lo que él decía era lo mismo, qué coincidencia, que decía la ley estatutaria de la administración de justicia. Mi papá no estudio Derecho, pero era justo.
Y ahora, que ya la barriga me delata como abogado experto, y que la agenda está ocupada hasta el 2020, veo a mi papá opinar del “escándalo de la justicia”.
Opina sin decir nada. Mientras ve el rubicundo magistrado defenderse, guarda silencio. Y seguirá guardando silencio por mucho tiempo, un silencio que encierra su dolor de ver una patria, un país, tan deshilvanado.
Guarda silencio, también, por vergüenza.
Vergüenza de ver a los opinadores del Derecho citar las frases en latín para defender a sus clientes, como quien a punta de latinajos quiere tapar el sol. Que el contrato es intuito personae, que ya operó la caducidad. Que el cargo es de libre nombramiento, y que el cohecho y la concusión ya prescribieron. Que una tutela de un juez de Caucasia tumbó la sentencia de toda una sala de la suprema, y que el juez ahora tiene una camioneta último modelo.
En fin, ya debe estar cansado, mi padre, de oír un galimatías proveniente de las bocas de unos locos, que defienden, defendemos, lo indefensable.
Mientras escribo esto me suena el celular, con miles de pitos. Son mensajes de colegas que me cuentan de la captura de Ricaurte. El poderoso Ricaurte.
Quizá mi padre también guarda silencio por la vergüenza que siente que yo, la oveja negra, haya estudiado Derecho.
Espero no defraudarte, pa.