Mientras la fantasía hace suya la esperanza, la belleza de la vida se muestra bajo la sombra de un milagro pendiente, vuelve blando al corazón y otorga libertad al pensamiento, para entender la existencia.

Y, cuando el amanecer despliega su aurora, el alma siente una epopeya de sueños, como gotas cristal que traslucen luz, o como ilusiones esperando la decisión del viento de reverenciar el esplendor universal.

El libre albedrío talla una ética personal y hace posible la fusión de la esencia divina con el ser humano, para acoger la sabiduría del tiempo bueno como un rastro -luminoso- que se arraiga en el alma.  

La existencia supone intelectualidad y espiritualidad -en paralelo- para depurar el pasado, mejorar el presente y reconstruirlos, juntos, en un anhelante porvenir que únicamente se da en el intelecto puro.

Su verdad, intangible, sólo se revela cuando el destino nos convoca a un buen deber ser, a dar sentido a nuestra circunstancia efímera y superar, con una intención valerosa, y noble, la fragilidad mortal.  

Surgen, así, las vertientes peregrinas de una leyenda interior que lleva -y trae- recuerdos y forja en la consciencia el compromiso de validar una identidad responsable, apta para sembrar ideales.

La existencia es el sueño de la inteligencia de lograr un armonía con el Todo, de esperar, permanecer, aprender, fluir, emerger, agradecer, buscar, rememorar, ilusionar…en fin, es el preludio del gozo selecto de los sentimientos.

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