Me la paso en la calle. En juzgados, en la cafetería que queda al lado del Palacio de Justicia. También paso mucho, mucho es mucho, tiempo en los aeropuertos, y en los aviones. Intento ir poco al banco, pero aún así, desfilo por las interminables filas de las entidades.
Y uno oye cosas. Nos estamos acostumbrando a hablar a gritos (creo que se debe a la mala señal de los celulares), y no diferenciamos el volumen cuando hablamos a través del artefacto, o de viva voz.
Estas conversaciones las he oído en las últimas semanas:
Cada vez más gente, en especial los jóvenes, ven una opción viable votar por el señor Rodrigo Londoño. Los argumentos que he pescado por los aires de las salas de espera. Dicen los jóvenes que “hay que darle una oportunidad”, ya que tuvo la valentía de entregar las armas, ¿por qué no darle una palomita en el Palacio Presidencial?
Sigo oyendo, cansado del paro de los pilotos, agotado y agitado del permanente y constante aplazamiento de las audiencias, y ahora oigo en la cafetería.
Oigo que está bien que a alias Inglaterra, tercero al mando del Clan del Golfo, lo entierren como un héroe. Que él hizo mucho por esa región, que el gobierno nunca apareció, pero que él sí. Que hacía esto y lo otro, y que se merece un entierro pomposo, con fiesta y corridos.
Ahora estoy en una sala de espera para la revisión médica anual. Estar saludable se ha vuelto una obligación. Las dos señoras que están a mi lado van diciendo, sin sonrojarse, que los paramilitares sí funcionaron. Que ya hay varios, muchos, empresarios (concluyo que alguno de ellos es el esposo de mi compañera de sala) que ya están en contacto con militares para “reactivar” (esa es la palabra que usan) unos grupos que les cuidaban. A ellos, y a las fincas.
Sigue diciendo mi vecina que la cosa se ha puesto muy dura, que hay mucha inseguridad, y que lo mejor es que esos “amigos” (así lo dice) los cuiden.
Ya es hora de arreglarme la barba. Me voy a un lugar muy bonito, muy bien iluminado. Una atención de primer mundo. Y tengo que esperar mi turno, desde luego.
Y ahí, en la fila de los barbados, oigo que los bancos están muy preocupados. Que las entidades financieras están viendo las tasas de morosos por las nubes.
Dice uno de los de la fila, que se hace la manicura, (y que trabaja en una entidad financiera), con voz de macho cabrío, que la tasa de morosidad se disparó, incluso en los créditos hipotecarios.
Dice mi vecino de fila que, si se dispara la morosidad de los hipotecarios, las cosa es complicada ya que la gente no tiene como pagar su casa, lo que es sumamente grave.
Cuando llego donde el barbero, me pregunta: - “¿Cómo quiere que le corte?
“Callado” le respondo yo.