Me copio del título de la magnífica novela de Kundera. Pero, y perdón por quejarme, no aguanto más.
No voy a posar de pesado y profundo intelectual porque no lo soy; no estudié filosofía, ni fui a Paris por decenas de años a leer, en lengua original, a Foucault o Derrida. Soy un abogado, litigante que he tenido inquietudes intelectuales, y que las intento resolver (saciar, dirán otros) en mis ratos libres: Mucho cine, mucha lectura, pero en mis ratos libres. Primero, siempre, el trabajo y luego lo otro.
No obstante, me siento autorizado para señalar que el debate público ha descendido en calidad en profundidad.
En las redes sociales las cosas apuntan más hacia las Kardashian, y hacia el cambio de sexo (o no) que se hizo (o no) una participante de un show.
Incluso los programas de la televisión se han vuelto mucho más ligeros. Los programas de debate, de “cultura”, por llamarlos de alguna forma.
No me opongo a la entretención, faltaba más. Nada mejor que desconcertase un rato con una buena novela de Grisham, o con una película de Woddy Allen.
Pero en estos momentos del mundo, del país, hace falta ver la profundidad del debate, el análisis duro y puro, pero no a las 11 de la noche, sino a todas horas. Casi que propongo un canal de solo debates, donde solo haya personajes cuya opinión, en algo, nos alumbren.
No soy pesimista con el futuro del planeta, ni del país, ni con el de la ciudad, ni del barrio; acaso soy pesimista conmigo mismo, y es un defecto de fábrica. Pero tampoco soy optimista; y a veces, para balancearme hacia el lado del pesimismo, o del optimismo, debo ver a algún tipo de barba en la tele diciéndome algo.
Ya me he formado una opinión de casi todo en la vida, pero hace falta que nos digan que estamos en lo correcto, o que estamos equivocados, o que quién sabe. Pero hace falta el debate.
En estos momentos necesitamos que haya opiniones más profundas. Los colombianos nos vamos a jugar nuestro futuro, que no es nuestro sino de los hijos, en las elecciones que vienen. ¿Alguien ha debatido, a fondo, las propuestas económicas de los candidatos? ¿Las laborales? ¿Las ambientales?
Mejor dicho, ¿Alguien está incomodando?
Ya me tildarán de aburrido, de que para qué el debate si los votos se compran con tamales y pizzas, y que lo mismo da. Que la suerte del mundo y del país ya están echadas y que seremos, cuando mucho, simples espectadores.
Pero no, a mis 40 años, que estoy en la mitad de la vida probable, me niego a creer que toque seguir igual.