Nunca me he visto un partido de balompié. No me gusta pero el martes hice una breve excepción, y vi los últimos minutos del encuentro. Pero no es al fútbol a lo que me quiere referir. No.
Quiero hablar del modo en que los colombianos perdemos, que ya parece más una cuestión de método, de disciplina.
Perdimos el partido, sí, pero no por el historial regular del árbitro, ni por James en el asiento.
Perdimos porque no jugamos bien. Es cierto, sí, que un poco de suerte siempre ayuda, nadie lo va a negar, pero decir que perdimos no obstante jugar bien, es una majadería. Y es, ante todo, una colombianada.
Perdemos por malos, por indisciplinados, porque no tenemos la consistencia que tiene otros, que han ganado más veces, y ya no se deslumbran con el sabor dulce que deja la victoria.
El colombiano pierde a la colombiana: Le echa la culpa al réferi, a la pelota, a la malla, y en últimas al contrincante. ¡Al contrincante! Como si no fuera su tarea natural, la del enemigo, la de hacernos perder.
Es que los ingleses juegan sucio, decían unos más sollozantes que otros. Y qué esperaban, ¿que salieran a regalar los goles? Que hace unos meses el árbitro había sido sancionado, y entonces no podía pitar el partido, decían los analistas de escritorio. Sí, así es la vida. Por eso se debe ganar con ventaja, mis amigos, para que incluso un árbitro medio podrido de alma no nos pueda regresar a casa sin la copa.
Otros, más despistados, decían que sin James no se podía ganar. ¿Sin James no se puede ganar? ¿Acaso el partido no es un equipo de once? Tremendo equipo si dependemos de uno. Lo mismo dijo el gobierno cuando perdió el plebiscito: Es que en la costa llovió mucho. ¿ No llueve en Colombia, que es un país tropical?
El partido fue lo más parecido a una radiografía de nuestra identidad nacional: Dos o 3 buenos momentos, pero nada más. Nada de consistencia, ni de altivez, ni mucho menos de máquina perfecta, que saliera a ganar: Salimos a jugar, a ver si de pronto ganábamos, que es muy distinto.
Hicimos un proceso de paz, a ver si convencíamos a las personas de su bondad. Elegimos alcalde, a ver si de pronto hace el esfuerzo de intentar mejorar las vías. Y ahí vamos, señalando a los culpables de la derrota, como si fuera otros cuando en realidad somos nosotros mismos.
No digo que no se pueda perder, ni más faltaba. Todos perdemos a cada rato. Pero es que lo de los Colombianos es de manual: En vez de aceptar que hicimos algo mal, miramos a ver quién lo hizo mejor, y ahí si señalamos al que sobresale para inculparlo de estar arriba y hacernos ver enanos.
Terrible el alto que nos hace ver bajos, decimos. Quizá esa debe ser una nueva estrofa del segundo mejor himno del planeta.