Me he reído con el cuento del falso fiscal que acudió a una audiencia y allí, de manera espuria, obtuvo la libertad del señor Aguilar.
Y digo que me si me rio es para no llorar; porque si empiezo a llorar, no paro.
Sollozaría, antes que nada, por la profunda rabia de que un pelele, sin conocimiento alguno del derecho, menos del derecho penal, haga una audiencia y nadie se percate. Ha queda claro, desde luego, que tal hazaña no es por las elevadas y complejas estrategias del hombrecito de marras. No.
Si el pillo tuvo éxito es porque nuestro sistema judicial está tan mal, tan dañado, tan marchitado, que ya da lo mismo que una audiencia, de mediana complejidad como lo es la de sustitución de la medida de aseguramiento, la haga un abogado o un cocinero, o un bacteriólogo. O un bachiller que acepta que hizo lo que hizo por dos millones de pesos, y dejó su nombre y cédula verdaderos en el audio de la diligencia. Da lo mismo.
¡Cuando se trata de la libertad de un pillo las cosas son fáciles, las hacen rápidamente y sin dilaciones!!
Ya quisieran los inocentes tener la suerte que tienen los bandidos en los estrados. Para estos sí hay vencimientos de términos, y las apelaciones funcionan, y el juez es ágil. Pero pobre del inocente que busca a la justicia. Las puertas Kafkianas estarán cerradas, y no hay aldabas para tocar.
No me quejo, faltaba más, del éxito que he alcanzado en mi profesión; pero no puede ser que un grupo de delincuentes burlen la justicia, y no haya una reflexión profunda, severa, dolorosa incluso.
La forma de hablar del impostor, ¿No lo delató? O detalles más sutiles, como la forma en que lee el expediente, o se dirige al juez. ¿Nada se vio, o sonó, sospechoso?
No puede ser.
Me duele, profundamente, que hayamos llegado a este punto, en que la muy efectiva acción de la Fiscalía para dar con el paradero de estos pícaros se ve empañada por el logro obtenido por las maniobras chapuceras.
Me duele la justicia; me arde que cualquiera entre a un estrado y, diga lo que diga, sus solicitudes sean despachadas favorablemente. Y me duele, aún más, saber que esto no va a mejorar.
Vamos, pues, de tumbo en tumbo, cayéndonos con cada intento de levantarnos.
La justicia, esa dama de ojos vendados y espada portentosa, está herida. Y su herida es mortal.
Parece que solo funciona cuando viene de los Estados Unidos, país que ha levantado el tapete para mostrarnos la suciedad que escondemos. Y ellos, los americanos, siempre tiene intereses.
Ya veremos cuáles son.