En los últimos meses se ha visto estallidos sociales en distintos países de Latinoamérica que podrían poner en jaque la institucionalidad democrática construida en las últimas décadas en estas sociedades. Desde Venezuela en los últimos años pasando por Argentina, Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, y ahora al parecer también en el Uruguay. La mayoría de las causas son por deudas sociales históricas y por caudillismos trasnochados que han puesto en duda su madurez democrática.
Y estas revueltas no han sido solo en Latinoamérica sino también en la mayoría de continentes del mundo. ¿Será posible afirmar que aún el valor democrático está en duda?, ¿hasta qué punto entendemos la democracia de manera similar?, ¿cuándo concluir que se ha roto el dique de lo democrático para transmutar a lo antidemocrático o a un nuevo sistema político?, ¿será posible que los demócratas por convicción hayan construido un relato de ficción frágil sobre la relación entre democracia y progreso socio-político?
Son muchos los interrogantes que generan los estallidos sociales en la región. En Ecuador por ejemplo se ha evidenciado que democracia de papel como concepto de mayorías con representación no tiene posibilidades reales de imponerse. Los ciudadanos en una gran proporción están empoderados, han perdido el miedo, conocen sus derechos, en especial los indígenas que tienen una población de gran influencia allí. Someterse a los caprichos extremos de las instituciones financieras multilaterales como el Fondo Monetario Internacional -FMI- o el Banco Mundial -BM-para acceder a créditos que implicarían a la larga recortes en conquistas sociales que dignifican al ser humano ya no es un plato que cualquier sociedad estaría dispuesta a comerse.
Lo mismo lo que sucede en Chile. La agresividad, organización y determinación de la protesta social ha puesto en entredicho una de las democracias mas promisorias del sur. Como dirían nuestra hermana bella Chile, nuestro espejo democrático en el contexto latinoamericano hoy se ve amenazada por la irrupción de un inconformismo represado por años por el crecimiento económico, pero pauperización de los derechos sociales en muchos ámbitos. El presidente Piñera ha convocado un acuerdo nacional para desactivar esas protestas, pero hacía unos días presentaba un plan para subir las tarifas del Metro. ¿A qué jugaba entonces con esas propuestas que solo afectaban a los más vulnerables?
Algunos dirán que Colombia es la excepción a esos contextos sociales complejos. Que nuestro país está viendo desde el balcón democrático esos estallidos sociales que solo afectan a esas fallidas o frágiles democracias de nuestras hermanas repúblicas vecinas. ¡Gran error sería pensar con esa desfachatez! Si el gobierno del presidente Duque no se pone las pilas con esos paquetazos de propuestas que ha planteado y que pretende plantear en muchos ámbitos, en especial en los temas laboral y pensional, será previsible que en el corto plazo se vean acá también protestas sociales igual o superiores a las que hemos visto en el vecindario del sur.
Como decía Uprimny en días recientes en su columna del Espectador existen enemigos de diversa índole de las democracias, y ya no son como antes solo externos sino internos: el populismo, de derecha o izquierda; el mesianismo político, donde un individuo establece las reglas y determina las decisiones políticas fundamentales de una sociedad afectando el Estado social de Derecho; y el neoliberalismo el cual rompe las solidaridades sociales intergeneracionales las cuales son esenciales para la cohesión y estabilidad política.