Es una obviedad decir que la sinceridad es un valor que debemos practicar. Pero por estos días (en los últimos 20 años, digo) todos la hemos abandonado. Todos, pero especialmente los políticos, hemos abandonado la honestidad.
Dicen que no subirán los impuestos, cuando saben- de antemano- que lo tendrán que hacer. Dicen que habrá esto, cuando ya tienen lista la dosis de aquello. Y lo peor, dicen ser así, cuando ya saben ellos, y nosotros lo intuimos, son asá.
Los políticos, muy de la mano de los medios de comunicación, le huyen al lenguaje claro, al famoso ‘Al pan pan, y al vino, vino’. Lo ‘políticamente correcto’ se convirtió en la forma de hablar. Decir la verdad, sí pero con camuflaje.
Por eso aplaudo la actitud del exministro Londoño Hoyos que dijo, así no guste a muchos, que el Centro Democrático es un partido de derecha. Eso está bien. Ya es hora de que la exsenadora Piedad, y Cepeda, y Alirio Uribe, y los demás digan que son un partido de izquierda. Y también es importante, es honesto, que los de derecha lo digan.
Ya basta de enmascararse con el famoso Centro Político: Todos los partidos, por miedo de decir que son de un extremo o de otro, han usado la fórmula de decir que son de centro. Algunos, más publicistas que otra cosa se definen su ubicación en el espectro como de ‘centro propositivo’. ¡Hágame el favor!
Incluso, y esto lo digo tragándome un sapo muy, muy grande, me parece bien que las Farc digan que su proyecto político es el chavista. No puedo más que estar en absoluto desacuerdo con eso, jamás votaría por algo así; pero lo honesto, lo maduro para una democracia es eso.
En otras latitudes los partidos y sus miembros se definen claramente: Movimiento de los derechos de los LGBTI, los ambientalistas e incluso algunos más antipáticos y peligrosos: Los que abogan por supremacías raciales, o los que quieren vetar etnias, razas y religiones.
En mi opinión, la razón para que eso no suceda en nuestro país es la guerrilla y su discurso de izquierda, discurso ya trasnochado. Nos produjo tanto miedo, nos arrinconaron tanto los señores de la guerrilla (quizá hoy lo siguen haciendo en algunos lugares), que la izquierda le hizo el quite a llamarse por su nombre, por miedo a la que ubicaran al lado de los terroristas.
Y la reacción obvia de la derecha fue dejarse de llamar por su nombre. Así, tanto derecha como izquierda, dejaron de ser tales. Ahora son todos, milagrosamente pero dañinamente, de centro.
Estados Unidos nos enseña la importancia de ser claros: Ganó un hombre que de frente dijo lo que Trump dijo. Yo, en lo personal, estoy en desacuerdo con mucho de lo que dice el hombre anaranjado, pero le valoro que dijo lo que dijo.
Finalmente, es imposible no mencionar lo que sucedió con el Fast Track. Recuerda a Federico II, cuando dijo: “Todavía hay jueces en Berlín”.