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Adamismo
Mucho del éxito de la humanidad en estos últimos ochenta años hay que achacárselo a la continuidad de las políticas en el Asia de China, Japón y Corea.
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Miércoles, 4 de Junio de 2025

Característica común del desarrollo económico, más o menos libre, es la puesta en marcha de políticas públicas de largo plazo que sobrevivan a los avatares políticos y a las tensiones del inmediatismo, que se ha apoderado del debate. Apuntan a mejorar las condiciones generales de una nación, a afianzar la paz, mejorar la seguridad, el acceso a los servicios del estado, y a incentivar la inversión, el empleo y la investigación de las empresas e individuos privados. Se formulan como absorbentes, para la mayoría de ciudadanos, de los avances que el mundo inventa, descubre.

Los programas de vacunación infantil son ejemplo. También la alfabetización, conectividad, planificación familiar, interconexión eléctrica y vial, seguridad energética, alimentaria y medioambiental, control de la inflación y modernización militar, policial y judicial. Si no hay consciencia de que el éxito depende en gran medida de la continuidad en su aplicación, con ajustes, se convierten en huecos negros de gasto público, de frustración social y corrupción.

Mucho del éxito de la humanidad en estos últimos ochenta años hay que achacárselo a la continuidad de las políticas en el Asia de China, Japón y Corea. Por continuar políticas en Europa, América del Norte y hasta Rusia, cada cual con sus características, se pasó de gran pobreza a la reducción sin antecedentes del número de desvalidos, hoy minoría. La continuidad pesa tanto como la mayor apertura al mundo, en democracia o en autoritarismo. Que funciona mejor en libertad, quién lo duda; pero en autoritarismo también funciona, aunque con sus sesgos, derivados de la concentración política, abusos con los Derechos Humanos y corrupción más abundantes, casos China o Rusia.

El subdesarrollo sigue existiendo, en democracia o no, porque no se aplica continuidad a las políticas convenientes para la mayoría, así se hagan esfuerzos de más apertura. Hay quienes creen que la continuidad es ideológica y no de conveniencia colectiva, como en los fracasados casos cubano, norcoreano o venezolano, donde lo que importa es el ideologismo, no si el gato caza ratones.

Las razones de la interrupción son variadas: van desde supuestas contradicciones ideológicas irreconciliables hasta la simple vanidad. A veces se acusa a los malos tiempos económicos: una buena política pública siempre encuentra financiamiento.

Cortar la continuidad de lo que vale la pena mantener en beneficio de las mayorías y de los intereses nacionales, en Colombia o en EEUU, es adamismo soberbio, el más costoso de los defectos de un gobierno; es más pernicioso que la falta de transparencia o de conocimiento. Destruye activos sociales, económicos y políticos en semanas. Su reconstrucción toma generaciones.

En Colombia hay adamismo tanto en el gobierno central como en las regiones. Se aplica para lo social, lo militar, lo macroeconómico. Con Duque fue fruto de la vanidad política. Con Petro deriva de la ideologización de la vida nacional.

Continuidad en seguridad y economía hubo entre Pastrana, Uribe y Santos. El primero fortaleció la Fuerza Pública en medio de una negociación que no llevó a la desmovilización, pero sí a la derrota política de la guerrilla. El segundo aumentó el fortalecimiento militar y propició la derrota guerrillera. Santos negoció exitosamente el desarme y la desmovilización de la guerrilla principal, debilitada, continuando con el apoyo a las FF. AA. Esa ilación se hace solo en países serios. Y avanzamos como nunca antes.

Parar la implementación de los acuerdos de paz y el fortalecimiento de la fuerza pública o abandonar la infraestructura o el acercamiento bipartidista en los EE. UU., como hizo Duque, es costoso. Lo vemos hoy.
Parar los programas salud, la exploración petrolera, la carrera diplomática, la tecnocracia económica, la modernización de las FFAA, la inversión privada y la lucha contra el crimen organizado, como hace Petro, erosiona el estado de un modo que, sin viraje, tendrá fatales consecuencias.


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