La borrasca pasó con tanta furia y rapidez que no dio tiempo de nada en el campamento minero de la vereda La Antigua de Abriaquí. Después, la oscuridad fue total. Caos y desespero.
Por eso no faltó el incrédulo que aún no se imaginara que lo que siempre había sido un hilito de agua fuera capaz de llevarse de tajo la vida de 12 mineros. Otros dos no han aparecido.
Diez más lograron escabullirse a pesar de las heridas y pudieron dar la voz de alerta. En ese campamento, enclavado entre la cordillera, laboraban 100 mineros. Por los azares del destino, cuando la avalancha bajó pasadas las 6:30 de la noche, ya había terminado el turno y quedaban pocos empacando sus mochilas.
El pedido de auxilio se regó en la región y por eso más de 200 habitantes de Abriaquí y el municipio vecino de Frontino emprendieron el camino para apoyar las labores de búsqueda de Eliécer Ortiz y Jesús Cruz, los dos que la quebrada se tragó. Al rescate se unieron 22 rescatistas de la Cruz Roja, la Defensa Civil y Salvamento Minero.
Con palas, picos, machetes y hasta una sierra circular eléctrica, los congregados se dieron a la tarea de buscar a sus compañeros desaparecidos. No importó que les tocara recorrer unos 20 kilómetros de carreteras destapadas, ni que tuvieran que caminar otros 45 minutos cuesta arriba hasta la mina, por el camino que no afectó la fuerza del agua y en el que muchas veces el lodo amenazaba con tragarse las botas.
Tampoco les importó que les tocara atravesar dos secciones de la quebrada colgados de un par de cuerdas. “La casa de la mina quedó llena de lodo, todo se derrumbó o se lo llevó el agua”, así describió Émerson Arenas el panorama que quedó en la mina, adscrita a la empresa R y C Gold, luego de que el agua arrasara con todo.
La tarde de la tragedia
De acuerdo con Rubén Londoño, uno de los trabajadores de El Porvenir que se salvó por salir de la mina tres horas antes de la tragedia, el incidente ocurrió previo a la hora de comida de los mineros.
Natalia Escobar, otra de las trabajadoras de El Porvenir, narró que la oscuridad absoluta que dejó la creciente aumentó la angustia de los supervivientes, quienes trataban de hallar a sus amigos y compañeros, provistos únicamente de la luz de sus celulares.
Apenas a las 8:00 de la noche, los que quedaron vivos, llenos de pantano hasta más arriba de la cintura, se pudieron dar cuenta de lo ocurrido: la tragedia y la muerte habían llegado hasta El Porvenir.
Uno de estos rescatistas improvisados fue Santiago Cardona, familiar de una de las víctimas y que con los ojos vidriosos por el cansancio, o tal vez por la impresión, narró cómo había pasado las últimas 14 horas de su vida.
“Estoy desde las 10:00 de la noche aquí, derecho. He ayudado a sacar a los 12 muertos hasta abajo, pero he estado pendiente de los que quedaron arriba, y ando subiendo y bajando comida para los que quedamos”.