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Con fortaleza venezolana logré mis metas en Colombia: David Carrillo, nadador colombo venezolano de aguas abiertas
Un venezolano de padres colombianos, que ha sabido fluir con dedicación e inteligencia tanto en su vida personal como en la profesional y deportiva
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Paola Rodríguez
Paola Rodríguez
Martes, 17 de Agosto de 2021

Los nadadores capaces de utilizar los movimientos naturales del agua a su favor obtienen mejores resultados, dicen los expertos olímpicos.                                           

Justo así es David Carrillo, un venezolano de padres colombianos, que ha sabido fluir con dedicación e inteligencia tanto en su vida personal como en la profesional y deportiva. Formado por completo en su disciplina dentro de su país natal, está en Colombia para cosechar la siembra de su pasión en las aguas abiertas.   

Durante este año, al nadador le correspondió participar en representación de la selección Colombia dentro de un clasificatorio que le permitiría ir al Suramericano. El objetivo era estar entre los mejores, pero no logró la marca de tiempo  que la Federación Internacional de Natación requería. “Desde el 2017, la meta era Tokio 2020”, confesó.

Carrillo, quien cuenta con la nacionalidad por nacimiento gracias a sus padres, apeló la decisión, pero “se me vetó la posibilidad de participar en el preolímpico, así estuviera como el mejor del ranking nacional”.

La Opinión habló con el deportista colombo venezolano sobre su historia personal y familiar en el marco de su desarrollo como ‘pez en el agua’ en el país que lo acoge.

¿Por qué salió de Venezuela?

Yo cumplí mi ciclo allá. Todos sabemos que la posibilidad de mejorar el poder adquisitivo impulsa el estar acá. Fui docente de Educación Física durante ocho años y mi remuneración no estaba acorde con la calidad de mi trabajo. Además, conocer a Yeimy, mi esposa, fue un soporte para generar un proyecto de vida.

¿Por qué migraron sus padres de Colombia hacia Venezuela?

Aquí en Colombia mi mamá era profesora de costura, trabajó casi 13 años en una empresa. Mi papá en ese entonces emigró porque no tenía un trabajo estable acá, él era latonero y pintor de carros. Se fue a San Cristóbal, Táchira, buscando oportunidades. Mi mamá, por conservar el hogar, también se fue, pero ella no llegó a trabajar formalmente, sino que se dedicó a la crianza de mi hermano y yo.

Muchísimos años después, empezó a confeccionar trajes de baño, nosotros éramos sus modelos. Con el tiempo, se vinculó a hacerlos para el equipo al que pertenecíamos y con eso podíamos pagar nuestras mensualidades y los viajes que hacíamos para competir.

¿Cómo fue crecer en un hogar venezolano con padres colombianos? ¿Predominaba alguna de las dos culturas?

En la parte familiar siempre estuvo arraigado lo colombiano. Nosotros estábamos allá, pero no teníamos más familia, solo papá, mamá, mi hermano y yo. Mis padres emigraron en los ochenta, y ese proceso para poder levantarse fue difícil, no trabajaron en lo mismo que hacían aquí al llegar.

A pesar de todo, creyeron en la parte deportiva y me involucraron a mí. Cuando tenía cinco años me detectaron un problema asmático y el médico determinó que debía practicar algún deporte y sugirió la natación.

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Sacó su cédula prácticamente a escondidas de sus padres, ¿cuál es la anécdota detrás?

Yo ya estaba en la universidad. Me había enterado de la posibilidad de adquirir la nacionalidad colombiana a través de ellos. Uno nunca sabe, les decía yo. Me insistían en que no era necesario, que me bastaba con ser venezolano.

A través de un compañero de estudio, también deportista, supe lo fácil que era. Mientras lo acompañaba a él a hacer sus trámites, yo también hice el mío. Cuando vi, ya había hecho todo.

Tenía arraigado ese sentimiento colombiano también, con toda mi familia santandereana, berraca, echada para adelante. En el 2006 obtuve la nacionalidad, pero casi 10 años después empecé a utilizarla.

¿Qué opina del dicho: Nadie es profeta en su tierra?

Es verdad. A nivel deportivo tuve muchos logros en Venezuela. Fui incluso condecorado, pero no sentí que mis conocimientos profesionales ni deportivos fuesen valorados suficientemente. Pero cuando yo llegué aquí a predicar lo que sé, con el trabajo que uno entrega incondicionalmente y la satisfacción de hacerlo bien, sabemos que estamos ayudando a personas a abrir sus caminos a través del deporte, encontrando salidas y alternativas de formación.

Eso es la natación, herramientas y actitudes, berraquera para salirle al astro, para enfrentar la vida de la mejor forma y poder tener lo necesario.

¿Cuáles han sido sus redes de apoyo?

El Club Deportivo Vida en el Agua, que es una organización sin ánimos de lucro, donde ofrecemos programas tanto para la salud como para la formación deportiva. Todos los padres que pertenecen, me consideran un hijo más.

Cuando yo comencé querían que me viniera de una vez. Pero, siempre hubo ese proceso de adaptación a las cosas nuevas de acá. Allá yo me sentía cómodo, así no ganara mucho, pero sobreviviendo a muchas limitaciones y darme cuenta de eso fue lo me impulsó a asumir este nuevo ciclo de vida con mi pareja, con el equipo.

¿Qué extraña de Venezuela?

Mis padres siguen en Rubio –ciudad venezolana cercana a la frontera con Colombia-. Hay algo que siempre se quedó allá. Hoy por la pandemia, pude traerlos para acá. Pero, yo estoy cerrando el ciclo, desde hace tres años no visito Venezuela, extraño el clima de San Cristóbal, la calidad humana de Táchira.

Este estado se caracteriza por un arraigo de los valores, eso me permitió adaptarme mejor aquí, y así somos en el Norte y en Santander.

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