Ninguna mujer está preparada para ser diagnosticada con cáncer de mama. Cuando él llega, lo cambia todo. El cuerpo, la rutina, los planes, la manera de mirarse al espejo. Pero ese momento no empieza en el consultorio.
Comienza antes, en algo pequeño que se muestra como una inflamación en la axila o una bolita que no se había sentido antes. A veces se descubre en plena ducha y otras en una consulta rutinaria.
Para algunas mujeres este hallazgo llega a los 30 años de edad y para otras a los 50. Y mientras la vida sigue, se impone la certeza de que aquello que parecía lejano y era parte de otras historias o personas, ahora se vive en carne propia.
En conversación con La Opinión, el mastólogo Juan Carlos Vergel Martínez dice que el autoexamen es importante como estrategia de autocuidado de las mamas, porque permite que ante cualquier cambio la paciente consulte de forma inmediata al médico.
En Norte de Santander se advierte un aumento en el número de casos descubiertos debido a las siguientes dos situaciones que explica Vergel.
Primero, el incremento de los programas de tamizajes y detección temprana del cáncer de mama que se han venido desarrollando en los últimos cinco años.
En segundo término, ante la vecindad con Venezuela y la precariedad del servicio de salud en el vecino país, “estamos viendo una gran cantidad de pacientes migrantes que llegan por sus propios medios a consultar y logran entrar al sistema de salud colombiano para ser atendidas integralmente”.
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Hasta abril de 2025, en Colombia se habían diagnosticado 125.446 mujeres con cáncer de mama invasivo, según datos del Ministerio de Salud y la Cuenta de Alto Costo, mientras que en Norte de Santander 792 pacientes tienen diagnóstico confirmado de la enfermedad, de acuerdo con el Instituto Departamental de Salud.

Gráfico: Sebastián Lezama/La Opinión
Un mantra
En una clase de yoga terapéutico, 17 pacientes con cáncer de mama se reunieron en la sede de la Liga contra el Cáncer de Cúcuta. Una a una contó su recorrido.
Este reportaje nace de esas voces. Porque escuchar sus historias puede significar una detección temprana y ello puede salvar una vida. Quizá la suya.
Día que se amanece, día que se agradece. Esta frase es como un mantra para estas mujeres, porque un día de su vida, que puede llegar a ser rutinario para otros humanos, a ellas les resulta ser lo más valioso.
A todas, el cáncer les llegó sin anuncio. A María Elena, quien es esteticista, la primera señal de que podría tratarse de una situación de riesgo, fue una molestia en la axila.
Al comienzo, ella lo atribuyó al cansancio generado por los masajes moldeadores que ella llevaba a cabo. Pero solamente cuando un dolor intenso le atravesó la espalda decidió tocarse con calma y encontró una bolita que antes no estaba.
“No voy al médico, me van a decir que es cáncer”, se repetía, porque además, no quería dañarse su diciembre. Pasaron seis meses hasta que su hijo la convenció.
“Cuando las cosas se hacen a tiempo, tienen solución”, afirma para recordar aquellas palabras que le hicieron tomar acción. Fue entonces cuando inició su ruta de exámenes y tratamientos, aunque tuvo muchos tropiezos en el sistema de salud.
Jesusa sabía lo que significaba la palabra cáncer puesto que su abuela había muerto por la misma enfermedad. Por eso se revisaba con frecuencia. Aun así, un quiste empezó a crecer hasta deformarle uno de sus senos.
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En Venezuela esperó meses para ser atendida, y cuando por fin le practicaron una biopsia, ya estaba en estadio 4. Viajó a Cúcuta donde tuvo que interponer una tutela para acceder al tratamiento. Perdió el cabello, las pestañas y la fuerza en sus brazos.
Actualmente, una metástasis en la columna le obliga a caminar con cuidado. Pero encontró en la Liga contra el Cáncer un espacio para sostenerse y acompañarse. “Aquí no estoy sola”, relata entre lágrimas al recordar su proceso.
Amparo descubrió su cáncer por accidente al notar, mientras se bañaba, que su pezón estaba hundido. Ella le pidió a su nieta que buscara en internet y la palabra apareció de inmediato: cáncer, aunque no le puso atención en su momento, fue una alerta que la hizo ir al médico.
Y en efecto, tenía cáncer de mama. Ahora, tras la cirugía, le retiraron un seno y parte del otro, por lo cual logró superar la enfermedad. Sin embargo, hoy enfrenta una nueva batalla contra un tumor óseo que le impide levantar el brazo y la obliga a viajar a Bogotá para continuar sus controles.
A Urimare la sospecha apareció en plena pandemia. Sintió una masa, pero familiares y médicos le aseguraron que no era nada. El miedo postergó los exámenes y, cuando finalmente buscó atención, la lesión ya había avanzado.
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Como en Venezuela la cirugía era inalcanzable, así que viajó a Cúcuta y comenzó quimioterapias. Hoy está en remisión. Dijo que la fundación donde se reúne cada semana se convirtió en su familia en Colombia. “Aquí encontré hermanas”, expresa agradecida.
Zulay vinculó el inicio de su cáncer con una etapa de profundo dolor provocada por la muerte de su hija, las deudas y la falta de trabajo. Mientras se bañaba sintió una masa en el seno y un dolor agudo. Los estudios confirmaron cáncer y problemas en la médula ósea. Una conocida le ayudó a pagar uno de los exámenes para iniciar el tratamiento.
Hoy sigue en controles y mantiene su fe intacta. Es ministra de la comunión y afirma que bailar y cocinar le devuelven la vida. “Yo no me dejo caer. Camino por la gracia de Dios”.
Cada historia es distinta, pero todas coinciden en que el diagnóstico no solo transforma el cuerpo, también la forma de enfrentar el mundo.
A pesar del miedo, la incertidumbre y las demoras, estas mujeres no hablan solo de enfermedad, sino de resistencia, redes que sostienen, fe en ellas mismas y en las otras; y en la certeza de que detectar el cáncer a tiempo puede salvar una vida.

Gráfico: Sebastián Lezama/La Opinión
La noticia que no se espera
Frente al diagnóstico de cáncer de mama, una mujer puede sentir tristeza, miedo, incertidumbre y ansiedad porque en ocasiones se asocia la enfermedad con la muerte.
Laura Ayala, psicóloga clínica y de la Salud del Colegio Colombiano de Psicólogos (Colpsic), explica que una paciente puede entrar en un estado de shock, confusión e incluso rabia.
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“¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Por qué tengo este diagnóstico? Es un momento donde la persona se replantea su vida, y tiende a enfrentar la posibilidad de perder la salud, pensar en su imagen corporal y cómo puede cambiar de acuerdo al tratamiento”, comenta.
Ayala resalta que el impacto hace parte de una crisis vital porque la vida se desestabiliza por un momento mientras se identifica qué tratamiento realizar, cuánto tiempo o qué ajuste se debe hacer en la cotidianidad.
“Es importante que la persona se apoye en sus médicos, en entender qué es lo que le pasa de manera individual y no asociar su diagnóstico al de otras personas, sino que lo identifique en su vivencia personal, cuáles son los cuidados físicos, psicológicos, de contexto, y aprenda a sostenerse en su red de apoyo para que tenga un buen proceso”, dice la especialista.
La fortaleza es vital
Laura Ayala es importante resignificar la enfermedad y preguntarse cuál es el sentido o el propósito. Aunque en ocasiones es difícil hacerlo, es importante mirarlo más allá y empezar a afrontarlo de manera más significativa. Dice que en estos tratamientos surge esa capacidad de adaptación al cambio, ajustar las rutinas y el propio estilo de vida. En su concepto, a pesar de que en ocasiones cueste, hay que sentirse capaces de hacerlo. Por eso la psicóloga plantea que en esa individualidad reside la mayor fortaleza que permite seguir adelante.
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