El viento es un largo adiós, sin un lugar de inicio, ni un final, y sale a reconocer meridianos para ser la génesis -ambulante- de sueños que rondan la hermosura azul del horizonte y la sonrisa curva de la tierra.

En su andar recorre mares y montañas, contando leyendas y mitos, enseñando que la lejanía es una belleza palpitante, asomada en alas de pájaros que buscan las pestañas de las mañanas y las orillas del mundo.

Cultiva esperanzas circulares en vuelo y afianza, en el esplendor de su propia brisa, la transparencia del silencio, su espíritu galante, viajero y universal, para conversar con los heraldos de la nostalgia.

No es posible detener su ilusión migratoria de tupir profecías, en una lenta rueca de siglos, de sembrar distancias y, en cada estación de su destino, enamorar con su cancionero de flores a las mariposas y los colibríes.

El viento es un lazo antiguo que atrapa ausencias ansiosas de volver, voces que estaban en silencio, luces que permanecían en la oscuridad y recuerdos entrecruzados de secretos derrochando luminosidad.

Y rubrica sus viajes con hilos de colores en el crepúsculo y un eco de campanas que repican, con esa melancolía bonita de los suspiros ancestrales, el halo de poesía que destella la luna mágica que alumbra su camino.

La Rosa de los vientos lo trae a Cúcuta -en Junio-, a pasear por su cielo y encender la música de sus árboles, a danzar con el ballet de hojas en volandas, a recordarse a sí mismo en los aleros de tejas antiguas, de barro…y a bañarse de sol.
 

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