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La dignidad de la excelencia…
Ológrafo
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Lunes, 26 de Mayo de 2025

La excelencia es una ausencia bella que uno espera, sin conocerla, una palabra silenciosa notable, el espíritu de los sentimientos o el asomo de aquella luna que preferimos, capaz de enlazar la aurora para asilarnos en ella.

Los griegos la nombraban areté, una virtud excepcional de perfección, los sabios musulmanes la invocaban como Ihsan, saber elegir entre lo que está floreciendo y, Kant, la proponía como un reto: ¡porque puedo, debo!.

Es peregrina, pura, y su ideal es cosechar -en el tiempo- el regocijo original de ser una potencia de milagros íntimos, cultivarnos con perseverancia y emprender una travesía emocional, buscando sueños.

Y es una ruta espontánea a la libertad, sin punto final, ni paralelos, sin profanar nada, con una simetría audaz para permanecer a la vanguardia del talento personal y, así, nutrir de caminos nuestra vocación.

La disciplina y el esfuerzo son su evidencia, la pasión, la armonía y el orden, su espejo, y cosecha distancias para fecundar el horizonte y ser, a la vez, génesis y polen de semillas para sembrar saberes y profecías.

Cuando deja de ser acto y se convierte en hábito, la excelencia se proyecta al límite azul que la aguarda sereno en su lejanía, para absorber su savia, dejarla descansar en su propio reflejo y arraigarla en el alma.

La dignidad de la excelencia exige rasgar el velo de la incertidumbre y acrecentar la esperanza para, al final, hallar una corona de laurel en la sonrisa orgullosa, y complaciente, del destino.


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