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Editorial
Misionera de paz
Desde antes de la elección del papa ya los cardenales colombianos habían expresado que el país no se debe acostumbrar a la violencia.
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La opinión
La Opinión
Viernes, 23 de Mayo de 2025

Con un Catatumbo martirizado, con un Cauca herido y una Colombia agobiada por un interminable conflicto armado, el país escuchó ayer al papa León XIV hacerle un llamado a la Iglesia católica misionera para que ayude a llevar una “paz verdadera y duradera” a la humanidad.

Ese mensaje destinado a que se haga un trabajo en los rincones de la Tierra donde hoy sucedan conflictos internos o externos, abre importantes opciones para la búsqueda de esa tan esquiva paz en nuestro país.

Muy bien lo afirma el sumo pontífice en cuanto a que nos encontramos en un mundo “herido por la guerra, la violencia y la injusticia”, siendo hoy todavía víctimas los colombianos de esos flagelos en medio de los tropiezos y el debilitamiento de la ‘Paz Total’.

Ese fuerte compromiso papal que lo traduce ahora en una exhortación para que la iglesia asuma un papel protagónico, puede llegar a ser una muy buena opción para nuestro país.

Es el momento para que el episcopado entre al terreno de las conversaciones que se tengan proyectadas con los grupos armados organizados y para que propicie igualmente acercamientos y tienda puentes con quienes persisten en el destructor lenguaje de la violencia y hagan entender que ese no es el camino  para la construcción de un mejor país.

Pero que también en esa acción de iglesia misionera de la paz, también le haga entender al Estado que la solución ni es netamente militar ni tampoco de ceder en extremo en las conversaciones, sino que haya los justos acuerdos y entendimientos en donde la población, las víctimas y el bien general estén siempre en el primer lugar.

Esa línea de acción trazada por León XIV de llegar a tener una paz verdadera y duradera, para el caso colombiano sí que resulta de la mayor trascendencia para evitar que estemos en un reciclar de la guerra, en el que se firma un acuerdo y aparece una disidencia o una banda criminal  y entonces  el esfuerzo que se hizo resulta siendo fracturado.

En eso sí que indispensable trabajarlo en nuestro conflicto interno para que elementos de esa naturaleza dejen de quedar gravitando y para ello lo obvio es que lo acordado sea naturalmente posible llevarlo a cabo y con el compromiso de no volver al sonido de los fusiles ni a las traiciones, por una parte; y de  no desatar persecuciones ni venganzas por la otra.

En una evaluación con detenimiento de la dolorosamente incesante conflictividad colombiana, son muchas las tareas que la Iglesia católica podría asumir para acatar las instrucciones del papa, como sería el de actuar como una veedora de  los acuerdos para que no pasen los años y muchos nunca ni siquiera salgan del papel.

Desde antes de la elección del papa ya los cardenales colombianos habían expresado que el país no se debe acostumbrar a la violencia y que esa es una de las razones para que los habitantes sean peregrinos de paz y así dejar atrás todo acto que no permita la unidad, la reconciliación y el perdón.

No hay que claudicar en seguir en la búsqueda de la paz pero sin permitir que la contraparte termine traicionando los esfuerzos para fortalecerse militarmente ni tampoco permitir que delitos atroces no tengan los castigos y reparaciones adecuadas para las víctimas de los mismos. 


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