Hace unas semanas escribí un texto que pretendía expresar un sentimiento muy personal. Mis vivencias en Antioquia, y Medellín especialmente, me hacen ser un convencido hasta la médula de que en esa ciudad todo es mejor. Claro, no dije que fuera perfecto, como tampoco es perfecta Noruega ni Dinamarca, ni Londres ni Roma.
Fundamenté mis ideas en mis experiencias personales y profesiones. Recordé los tiempos en que, literalmente, un grupo de médicos me salvó la vida en el hospital San Vicente de Paul, hospital y profesionales de la salud que nada deben envidiarle a un hospital en Manhattan, por ejemplo. Y también he tenido de cerca, como clientes y amigos, a profesionales paisas cuya capacidad, empeño y firmeza pocos las conocen.
Con los episodios recientes, que se han ventilado en todos los medios, hay algo que me ha llamado poderosamente la atención: Los ataques al empresariado e instituciones paisas vienen patrocinadas desde Bogotá o, lo que es peor, por la forma “Bogotana” de ver las cosas.
Detrás de los acontecimientos expuestos por el alcalde en todos los medios de comunicación, lo que de verdad hay es una manera, ya no tan sutil, de querer imponer una forma de hacer las cosas; y no cualquier forma, sino la forma “bogotana” de hacerlas. Como si el alcalde, y sus asesores más cercanos, hubieran llegado con pretensiones de “arreglar la casa”, de imponer una forma gerencial distinta al que se venía usando, con el argumento, falaz, de que se estaba haciendo mal.
Y digo falaz por una razón: la manera en que las cosas se hacen en Medellín está probado que es la correcta (no digo que sea perfecta), a diferencia de lo que sucede en casi todas (¿todas?) las ciudades del país, pero especialmente Bogotá, donde creemos saber todo, pero no le atinamos a nada.
¿A qué me refiero con la forma Bogotana de hacer las cosas? Es esa forma centralista, conservadora, y excluyente de operar.
Centralista, porque se parte de la convicción de que lo que sucede en Bogotá, y la forma como sucede, es la adecuada y precisa.
Es conservadora, puesto que nadie más reacio al cambio, sobre todo si proviene de la “periferia”, que un Bogotano. Y es excluyente porque los bogotanos no hemos aceptado, aún en contra de la evidencia, de que hay otras formas, mucho mejores la mayoría de veces, de actuar y atener las dificultades.
Y eso, todo eso, es lo que yo creo que está pasando en Medellín: Lo que hay detrás de los episodios, descritos con algo de tinta barroca por el alcalde, es que se quiere imponer la forma capitalina de hacer las cosas.
El problema, hay que decirlo, es que la forma capitalina está probada que no ha servido. Lo que está sobre la mesa no son distintas formas probadamente buenas de hacer las cosas. No. Lo que hay son dos formas distintas de hacer las cosas, una buena, constatadamente eficiente – la de Medellín- contra una mala, probadamente ineficaz, que ha sido la Bogotana.
Esperemos que Medellín resista el embate bogotano.