El presente es una nostalgia que se va tejiendo, como una espiral, en el recuerdo, porque el horizonte lo atrae, con una luminosa rosa azul - detrás de las montañas-, con la siembra y la cosecha del tiempo, juntas.

Su edad es como la brevedad de una sombra, la redondez efímera de los pasos que se fugan de la realidad a la imaginación, o el juego mágico de conversar con los pensamientos que se atreven a ser leyenda.

Lo trae un velero del viento, con la bandera blanca de la sumisión a proa, y la memoria lo arraiga para, luego, dejarlo libre ante un nuevo paisaje del azar, con su enigma de ser un desconocido incierto.  

Una vez ocurre, los días y los espacios no son los mismos, porque hay un sueño mayor trenzado de infinito en el alma, con su brisa fresca, con el espejo de la eternidad a la distancia asomando una ribera peregrina.

Y, sabio, a veces aprende a retardar sus huellas para que el porvenir lo encuentre atento, sin prisa, con la deliciosa soledad y el eco del silencio deleitándose en el olvido para empezar, otra vez, a intuir un tiempo nuevo.

Le gusta mirar los colores del arco iris para descansar de su andariega misión, posarse en el umbral de la mañana y, como un pájaro errante llegar -al fin- a su nido, para recogerse allí en su congoja antigua.

El presente lleva una estrella escondida en sus pliegues, una canción sensible sólo a la esperanza, los secretos para volar hacia el destino y el privilegio de haber sido, por una única vez, testimonio de la vida.

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