Dos son a mi juicio las funciones esenciales del estado: Brindar seguridad y administrar justicia. Las otras funciones, claves para el funcionamiento del estado, como las vías, y los sistemas hospitalarios, la educación, entre otros, bien puedan quedarse en manos de los privados, que lo hacen mejor. Para esos temas, basta una buena regulación y una muy buena supervisión.
Vuelvo a las funciones del estado que son dos, pero que en realidad es una. Administrar justicia y proveer seguridad a los asociados son dos caras de un hecho esencial para la paz y tranquilidad: El monopolio de la fuerza. Cada vez que un ciudadano ve maltratados sus derechos tiene la legítima exceptiva de que el agresor los repare. El gran avance de la humanidad no es otro que el de cambiar el muy humano, visceral, deseo de venganza, por el deseo de una sentencia.
El agredido en sus derechos podrá siempre acudir a la mano propia para resarcir el daño, y evitar que otros los sufran; pero la el avance la civilidad, el verdadero logro en cientos de años, es que el agredido, en vez de tomar su machete y antorcha, acuda al juzgado para que en recinto sagrado el estado ejerza la fuerza, que ahora es suya. El estado ejercerá la fuerza de dos maneras: como prohibición de venganza, y como ejecución de su sentencia.
El Estado ha monopolizado la fuerza para que el victimario pague y también para que la víctima no haga encuentre venganza. ¡Tremendo avance!
Pues bien, nada de eso que he dicho líneas arriba es cierto en Colombia donde el estado ha fallado, y de manera grave, en monopolizar la fuerza.
La ausencia casi absoluta de justicia permite, casi que invita, a que los ciudadanos busquen venganza por mano propia; años para que un proceso sea resuelto, así como la casi nula legitimidad de la justicia, que luce como bazar persa, hacen que los asociados puedan y quieran lustrar sus deseos de desquite.
Y ni hablar de la seguridad física de coasociados, que está en franco peligro. En Bogotá, por ejemplo, salir a la calle es toda una experiencia de inseguridad. No en vano el aumento de demanda para blindaje de vehículos ha crecido un 300%, según me comentó una persona que se dedica ese negocio. Ni hablar del negocio de las alarmas, y sistemas de seguridad.
Pero lo que realmente me preocupa no es que la gente se sienta con miedo (cosa que ya debería angustiar a cualquiera), sino que se está armando. Ya son varias las invitaciones que he recibido para colaborar, así dicen, con la creación de frentes de seguridad, así les llaman, a estos nuevos grupos que entrarán a ocupar los vacíos que han dejado los cuerpos de seguridad del estado.
Esta historia ya la hemos visto, y las sentencias de justicia y paz no dejan mentir. Las autodefensas han vuelto, para ocupar la silla vacante que el estado ha dejado.