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La gravedad del triunfador
Lo que sí resulta innegable es la visibilidad generada para la producción editorial de cualquier país conforme sus escritores empiezan a figurar en el escenario internacional.
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Miércoles, 19 de Noviembre de 2025

Con la reciente elección de “Flesh” de David Szalay como flamante ganador del Booker Prize inglés, último galardón que faltaba por sernos desvelado y tras el cual echamos el cierre a la temporada de premios de este año, ha quedado un 2025 redondo para las letras húngaras. Szalay derrotó a las dos favoritas que encabezaban todas las quinielas, Katie Kitamura con “Audición” y Kiran Desai con “The Loneliness of Sonia and Sunny” (quien buscaba el doblete tras haber salido vencedora en 2006), haciendo el uno-dos para su país con el Nobel de Lászlo Krasznahorkai en octubre y demostrando, una vez más, que cuando de la gloria literaria se trata, también hace falta algo del don de la oportunidad.

Lo que sí resulta innegable es la visibilidad generada para la producción editorial de cualquier país conforme sus escritores empiezan a figurar en el escenario internacional. Con tantísimos libros publicándose por segundo en el mundo, no es suficiente con escribir bien para alzarse con un prestigioso reconocimiento, también se requiere algo de relaciones públicas, que los jurados tengan acceso a tus libros y se molesten en leerlos. Sólo en esta edición del Booker Prize, Sarah Jessica Parker (cuya controvertida participación como jurado ya comentaremos) dijo haber devorado 153 postulaciones, un número ínfimo frente al más que seguro aluvión de candidaturas que tuvieron que recibir.

Szalay no es un advenedizo para el Booker Prize, por supuesto, pues en 2016 metió susto llegando a la final con “All That Man Is”, pero la veda para la literatura de Budapest ya la había abierto un año antes Krasznahorkai llevándose a casa el Booker Internacional 2015 y prolongando su momentum en 2018 tras alcanzar la final de este con “The World Goes On”. Una mayor exposición que indudablemente permitió más y mejores traducciones de escritores húngaros que, a su vez, acercaron éstos a públicos a los que otras plumas, digamos, de Vanuatu no llegarán (donde, apuesto, habrá un autor que merece el Nobel, pero nunca lo conseguirá porque nadie lo conoce). Un círculo virtuoso atraído por la gravedad del triunfador; un fenómeno idéntico al conocido “plata llama plata”.

El caso más claro es el de Corea del Sur, donde 10 años atrás nadie sabía sobre qué se escribía. Entonces vino Han Kang y el milagroso encumbramiento de “La Vegetariana” en el Booker Internacional 2016, el cisne negro que transformó para siempre la literatura de su país. A partir de entonces siete obras surcoreanas han dicho presente en las finales: “Blanco” también de Han Kang (2018), “Al Atardecer” de Hwang Sok-Yong (2019), “Conejo Maldito” de Bora Chung y “Love in the Big City” de Sang Young Park (ambas 2020), “Ballena” de Cheon Myeong-Kwan (2023) y “Mater 2-10” también de Hwang Sok-Yong (2024). Luego vino el Nobel de Han Kang (2024) y el Princesa de Asturias de Byung-Chul Han (2025). Causa y efecto.

Mientras Hungría celebra la inercia dorada que le ha regalado el mejor 2025 imaginable, esperaremos sentados a que llegue la traducción de “Flesh” y juzgaremos por nosotros mismos el criterio decisorio de Sarah Jessica Parker.


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