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El marido del costurero
Me declaro triunfador empedernido. Soy rico en salud y tiempo libre. No me duele una muela, entre otras, porque muchas piezas dentales desertaron de su habitáculo original.
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Viernes, 13 de Junio de 2025

“Pena me da”, como en la canción de Henry Fiol, pero a mis almanaques puedo dar un parte de micción cumplida. Para empezar, estoy vivo y coleando, lo que de por sí es suficiente ventura y aventura. La vida y yo no nos pisamos la cabuya. Cada loro en su estaca.

Me declaro triunfador empedernido. Soy rico en salud y tiempo libre. No me duele una muela, entre otras, porque muchas piezas dentales desertaron de su habitáculo original.

Aunque con mi parcero Perogrullo tengo claro que la vejez no viene sola. Hace tiempos voy más a la clínica que al bar. Sé por experiencia ajena que el cementerio está lleno de imprescindibles - lo decía Napoleón-, y de gente que gozaba de cabal salud, según lo anotaba un empedernido fumador de Lucy Strike, el  senador Víctor Renán Barco.

Sigo chicaniando con mi prontuario de triunfador: Me he lucido como contribuyente  y constituyente primario. Desde que me desconozco voto en toda elección (al perro lo capan muchas veces) y pago el  cuatro por mil. Como peatón, “soy un anarquista que respeta el semáforo”, y como consumidor pago el Iva pero se me devuelve el primer tetero cuando leo que un corrupto se quedó con parte de mis impuestos.

Sólo un ganador nato puede celebrar haber pagado sin  chistar los $ 12.100  (¡) que nos clavó la administración departamental por concepto de “tasa especial de seguridad y convivencia ciudadana”.

Como  la fortuna y el azar me han sonreído, en reciprocidad procuro hacer mis tareas  con las ganas con las que desempeñé mi primer oficio de patinador en una redacción.

Pero nunca imaginé que la vida me tenía reservado el título de “marido del costurero”. Eventualmente, asisto a uno de ellos en calidad de Ulises (=marido)  de una de las frágiles Penélopes que lo integran. Para este colectivo, las técnicas de macramé, cadeneta, pasado, pategallina, croché…,  no tienen secretos.

Para ellas, el viernes saca  la semana del anonimato. Ese día se encuentran. Renuncian a todo, incluido el marido, con tal de asistir con sus mejores galas.  Algún Chanel  las acompaña. Necesitan ese foro de amigas y cómplices. Se turnan los algos. Las del costurero “Macramé” pagan una cuota mensual para  paseos y celebración masiva de cumpleaños.

La hermandad de la aguja intercambia información privilegiada sobre temas diversos: remedios contra achaques de salud, cremas para disfrazar pategallinas, lugares dónde comprar más barato medicamentos, ropa,  alimentos; comparten médicos, mensajeros, taxistas. Para espantar moscas tienen la fórmula mágica: sobre la mesa de comedor colocan un papel con el número 58. A volar, moscas.

Como discreción obliga, no diré dónde se reúne esta ONU de Penélopes que tejen, no destejen, como la de La Ilíada. Agradezco el título de marido del costurero que me dieron sin saber por qué. Ya puedo desocupar el amarradero.


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