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El mar no le teme a la tormenta
Colombia no está rota. Está desafiada.
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Miércoles, 11 de Junio de 2025

Colombia atraviesa una tormenta institucional y social. Pero este no es momento de miedo, sino de responsabilidad, unidad y propósito compartido.

En medio del sacudón político que vive Colombia, y como si la naturaleza nos lo quisiera reafirmar, siguen  los temblores. Hay una verdad profunda que necesitamos recordar: el mar no le teme a la tormenta. No la esquiva. La enfrenta. Se adapta. Y sigue.

Esa metáfora es más que poesía: es un código emocional para un país que está cansado, pero aún no ha sido derrotado y que tiene que actuar con determinación.

Estamos en un momentos críticos: las instituciones están tensas, la inseguridad crece en muchas regiones, los discursos se vuelven agresivos, el gobierno parece desconectado del Estado. Pero esta tormenta no es un final. Es una prueba. Y como toda prueba, puede convertirse en impulso… si decidimos tomar el timón.

La historia de los pueblos no se escribe en tiempos tranquilos, sino en los momentos en que hay que decidir con coraje. Colombia no se está hundiendo: está siendo desafiada.

Y el desenlace no depende de un gobierno, ni de un partido, ni de un escándalo. Depende del alma democrática que nos queda.

John F. Kennedy lo dijo sin rodeos: “No pidamos cargas más ligeras, pidamos espaldas más fuertes.”

Lo que necesitamos no es un respiro del destino, sino una ciudadanía consciente, con memoria y visión. Un liderazgo sereno, que no improvise, que no polarice y que no se traicione a sí mismo.

El líder de verdad no maldice el viento: lo entiende. La sabiduría antigua lo llama ataraxia: una serenidad poderosa que no niega el caos, pero no se deja arrastrar por él. Es cuando el capitán en medio de la tormenta no pelea con ella, sino que ajusta las velas para aprovechar el viento.

Este es el momento de la calma interior. Del temple que permite escuchar sin prejuicios, actuar sin odio y decidir sin miedo. Porque la verdadera fuerza de un país no está en sus ejércitos, sino en la lucidez de su pueblo.

Y entonces, surge la pregunta inevitable: ¿quién es el capitán?

La respuesta es clara y rotunda: el capitán somos todos.

Cada colombiano que, en medio de la confusión, decide no rendirse. Que cumple con su deber aunque nadie lo vea. Que no alimenta el resentimiento, aunque tenga razones. Que sigue construyendo, aunque parezca inútil.

Esa ciudadanía silenciosa, ética, coherente, es la que realmente define el rumbo de una nación y actuar con sentido común para influenciar en los otros para recuperar el norte.

Esto no es solo una invitación a resistir. Es un grito para transformar. Porque muchas veces la vida nos obliga a tocar fondo… solo para impulsarnos más alto. Colombia necesita recuperar el sueño compartido: un país donde el progreso no sea privilegio, sino derecho.

Unirnos no es ingenuidad. Es supervivencia histórica. Volver al norte significa rehacer nuestra brújula moral, ciudadana e institucional. Y eso solo se logra volviendo al centro del alma nacional. Volviendo al propósito común que alguna vez nos hizo avanzar.

Colombia no está rota. Está desafiada.

Y como el mar… no le tememos a la tormenta.


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