La paternidad no viene con manual, pero hay hombres que lo escriben día a día, impulsados por el amor y la responsabilidad. 

En este Día del Padre, tres historias muestran que ser un padre presente, amoroso y comprometido no depende de tenerlo todo a favor, sino de una decisión consciente: estar ahí, siempre.

El guardián

A las 4:45 a.m., mientras la ciudad aún duerme, Jarcis Mendoza ya está preparando el desayuno para sus hijos Liana Marcela y Anthony. Desde la muerte de su esposa hace tres años, este subintendente de la Policía Nacional asumió por completo la crianza de los niños, enfrentando una doble jornada entre su labor policial y las exigencias del hogar.

“Conocí a Ana Milena en 2015, ella tenía una hija de 3 años que hoy es mi hija del corazón”, recuerda. Luego nació Anthony, y juntos formaron una familia hasta que la tragedia lo puso a prueba. Desde entonces, su rutina abarca todo: recoger a los niños del colegio, tareas escolares, entrenamientos deportivos, uniformes y momentos de recreación los fines de semana.

Sus hijos lo ven como un héroe, pero el uniforme que representa orgullo también genera angustia: “Mi hijo me ha pedido que me retire. Me parte el corazón, pero sigo por ellos”. Mendoza cree que la presencia del padre no se limita a lo económico: “Se trata de estar en los momentos difíciles y en los felices. Eso los fortalece emocional y académicamente”.

Su mensaje: “Nosotros también podemos ser leones protectores. No es fácil, pero no es imposible”.

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Su ancla fue la esperanza

Gabriel Moncada, un diagramador que encontró en su hija menor, Laura, un nuevo motivo para reinventarse como padre. Laura nació prematura y perdió la vista, pero ganó un padre que se convirtió en sus ojos, su guía y su mayor apoyo.

Cuando recibieron la noticia de la ceguera de su hija, Gabriel tomó la situación con entereza. “Le dije a mi esposa: aquí no termina todo, aquí empieza todo”. Recorrieron Colombia y hasta Ecuador buscando soluciones, invirtiendo tiempo y dinero en tratamientos sin éxito. Un sacerdote los impulsó a salir adelante: “No se arrinconen a llorar. Sáquenla adelante”.

Ahora Gabriel aprende braille para enseñárselo a Laura, quien ya toma clases de piano y usa el ábaco con habilidad. “Todo lo que aprendo es para ella”, dice. La fe ha sido su motor: “Doblar rodilla y pedirle a Dios cada día es la base de todo”.

Su mensaje a otros padres es una llamada a la resistencia: “No se rindan, insistan. El amor lo puede todo”.

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Padre del amor a distancia

Jesús Alberto Rodríguez vive una paternidad distinta desde su separación. Ya no puede despertar junto a sus hijas todos los días, pero eso no lo ha alejado de su rol. Se ha reprogramado para aprovechar cada momento con ellas al máximo.

“Ser papá me cambió un 100%”, confiesa. Visita cada día por medio a sus hijas. Con Aneley Nicole hace tareas y patina; con Emma, la más pequeña, juega y se deja llenar de ternura. Reconoce la labor de su expareja, con quien mantiene comunicación constante para que las niñas sientan que siguen teniendo a ambos.

Aunque llega cansado del trabajo, sabe que no hay excusas: “Lo que uno más quiere es ver a sus hijos sonreír, escuchar un ‘papá te amo’. Eso lo llena todo”.

Su mensaje invita a reflexionar: “Aún hay tiempo para ser un buen padre. Nunca es tarde para estar presentes, para dar un consejo, para cambiar”.

El legado que trasciende
Estas historias demuestran que la verdadera paternidad no está definida por la perfección, sino por la voluntad de estar. En un mundo que aún asocia al padre con el rol económico, estos hombres muestran que la presencia emocional, la dedicación diaria y el amor incondicional son el verdadero legado que trasciende.

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