Desde ese día, el pueblo lloró sin cesar la partida de estos cinco inocentes.
De la tragedia se salvaron, quizás por obra de un milagro, otros cuatro hermanos: Gabriel, Pablo Antonio, Darío Crisanto y Daniel, además de los progenitores Delfín y Gabrielina. Solo se reportó un herido, Miguel Cáceres, a quien trasladaron al hospital de Gramalote.
Para los vecinos era difícil creer lo que se estaba viviendo. Por primera vez en este pacífico municipio de Norte de Santander, la muerte había golpeado a tantos en una sola noche.
Los difuntos, almas inocentes conocidas por cada habitante del municipio de Santiago, fueron despedidos en una emotiva ceremonia en la iglesia San Rafael, oficiada por los sacerdotes Samuel Jaimes Parra, Indalecio Camacho, Manuel Grillo Martínez y el párroco de Santiago Baudilio Flórez.
Hoy, 68 años después de esta tragedia, los más viejos del municipio recuerdan con nostalgia el evento que enlutó a todo el pueblo.
De la familia Rodríguez Robayo, conformada por 11 hijos, solo viven Darío Crisanto, quien es presbítero; y Daniel, miembro Fundador del barrio Antonia Santos de Cúcuta y de la Institución Educativa Eduardo Cote Lamus.
Dos hermanos que después de sobrevivir a la adversidad, lograron reponer su tristeza y encaminar su actuar hacia el servicio y la solidaridad.